Darío Enríquez

¿Informalidad es producto del modelo económico?

Nuevo rebuzno de los creadores de “el modelo ha traído más pobreza”

¿Informalidad es producto del modelo económico?
Darío Enríquez
28 de junio del 2017

Nuevo rebuzno de los creadores de “el modelo ha traído más pobreza”

Cada cierto tiempo aquellos que niegan el progreso económico y el bienestar de los pueblos sobre la base de la libertad —la única opción disponible y real para lograrlos en forma duradera y eficaz— lanzan nuevamente sus lamentaciones, jaculatorias y letanías ateas sobre el “perverso” modelo que genera pobreza. Es la gente que suele ofrecer la prosperidad del zoológico —casa y comida seguras— como la opción ideológica de vida para quien se entregue a las fauces del estatismo salvaje. Vienen a visitarte y pagan por verte. Es el turismo a la cubana. Pero el precio a pagar es la libertad, y luego también perderás la casa y la comida. Miren nada más lo que pasa en Venezuela.

El desgraciado siniestro con pérdidas humanas en el centro comercial Nicolini ha servido como punto de apoyo para la palanca ideológica de los enemigos de la libertad. Ese espacio, como otros en la zona llamada Las Malvinas, fue adaptado para reutilizar viejos terrenos en desuso de industrias precarias que colapsaron como efecto de las necesarias correcciones aplicadas al malhadado experimento socialista 1968-1992. La puesta en valor de Las Malvinas —proyecto interesante, similar a otros realizados en cascos industriales precarizados o hamponizados en grandes ciudades— fue iniciado por el extinto Alberto Andrade y culminado por Luis Castañeda en su primer periodo. Lima recuperó gracias a esa iniciativa municipal, un espacio que había sido convertido en antro de revendedores de artículos usados, de vendedores al menudeo de todo tipo de estupefacientes y administradores del más grande prostíbulo callejero que haya conocido Lima. Los puestos de ambulantes dedicados al comercio de todo tipo de mercadería —tanto legal como ilegal— durante el día, instalados en veredas y pistas de las primeras siete cuadras de la avenida Argentina, se alternaban con otros que funcionaban de noche, alojando todo tipo de parroquianos que los alquilaban por horas. Algunos se convertían en ruidosas chinganas donde todo era posible. Se había vuelto tierra de nadie, el hampa reinaba en forma absoluta allí.

La puesta en valor de Las Malvinas recuperó las calles para el uso de los ciudadanos. Volvió a haber tránsito fluido, y en la amplia berma central se construyó una acogedora alameda, oasis de verdor que es frecuentado por familias que disfrutan un excelente espacio público. Los vendedores callejeros se organizaron y compraron los diversos locales industriales, algunos ruinosos, otros en desuso o parcialmente utilizados, en los últimos estertores de una industria en cuadro terminal. Las condiciones de la economía peruana a principios del nuevo siglo fueron propicias para que, por primera vez, gente sin apellido ni influencia en instituciones financieras —solo con la fuerza de sus sueños y el savoir-faire comercial e industrial descubierto por ellos durante los noventa— consiguiera créditos de siete cifras bajo innovadores productos financieros y pudiese adquirir los inmuebles, adaptándolos a sus actividades comerciales e industriales. Gracias al modelo, en este y otros casos, millones de familias cambiaron su propia historia y la del Perú.

El proceso no fue fácil, y ha sido tanto progresivo como en buena parte informal. Es algo que tardará mucho en forjarse y seguramente pasaremos por otras tragedias más hasta que culturalmente dejemos atrás la malhadada frase que relativiza la precaución, los procedimientos seguros y el control: “no te preocupes, no pasa nada”. El rol que ha jugado el modelo es haber despertado la iniciativa, el fervor del emprendimiento, la pasión por producir riqueza y dispersarla a lo largo y ancho de la economía. Es un glorioso fruto de la Libertad. Eso le ha dado al Perú un perfil admirado en el planeta. Hemos salido del más profundo abismo y somos un país pujante, con futuro, que incluso acoge a refugiados de otros países en cantidades significativas, dándoles un espacio para que encuentren una nueva vida y oportunidades de seguir sus propios planes de vida y proyectos familiares.

Prestigiosos empresarios formales de hoy —como Piero's, Topy-Top o Kola-Real— surgieron del mundo informal y hoy incluso han rebasado las fronteras, mostrando al mundo la alta productividad, innovación y calidad de sus productos en mercados competitivos. Pero otras iniciativas no tomaron el camino del mejoramiento continuo, del progreso y la formalización de sus actividades, sino que perpetuaron su precaria forma de producir. ¿Por qué? La laxitud de autoridades tanto municipales como nacionales juega un rol sin duda; más aún cuando omiten su trabajo de control y supervisión no por incompetencia, sino por corrupción. Pero hay más, mucho más.

Digamos que el desarrollo “informal” de cualquier actividad productiva es el estado natural e inicial de todo emprendimiento. El tránsito a la formalidad puede ser muy corto, algo largo o a veces esquivo y hasta doloso, como parece ser el caso de las empresas ligadas al luctuoso siniestro. Hay quienes en forma absurda hablan de “esclavitud laboral”. Nadie estaba obligado a trabajar allí. El salario era consensuado, podías rechazarlo y buscar otra opción. La cultura de la libertad funciona en eso. Pero no ha funcionado —y aquí enfrentamos un problema cultural— en la otra cara de moneda: la responsabilidad. La sanción a los responsables, incluyendo tanto malos empresarios como laxas y corruptas autoridades municipales y del Ministerio de Trabajo, deben ser ejemplar.

Es triste comprobar, hablando ya de problemas mucho mayores, el fracaso del Estado en la educación. Nuestros jóvenes más pobres no reciben una mínima preparación que mejore su empleabilidad. Es un ruidoso fracaso. Y no es problema del modelo, son en verdad cuestiones administrativas, de la gestión de la cosa pública. Tenemos ya medio siglo con la educación estatal cuesta abajo. Se requiere alcanzar un mayor nivel de empleabilidad, con habilidades mínimas que los jóvenes reciban en su educación, mejorando expectativas y productividad. Con más mercado y más capitalismo, los problemas referidos serían superados claramente. Con más intervención estatal solo habría mayores estímulos para la informalidad y, además, no se atacaría la parte medular del problema.

Requerimos en nuestros gobernantes el coraje de acometer la segunda ola de reformas de mercado, de reconocer el pernicioso rol del Estado en sus controles ineficaces, que solo alimentan el mercado negro de la corrupción de funcionarios. Con mayor dinamismo económico, con proyectos e iniciativas que ofrezcan empleos posibles a nuestros jóvenes, junto a una mejor educación con mayor empleabilidad, se llevaría hacia arriba el nivel y estas empresas precarias verían imposible contratar jóvenes si no mejoran su oferta, tanto salarial como en condiciones de trabajo y formalidad. No es posible que nos estemos dando el lujo de acoger refugiados que llegan de otros países y ellos sí tengan oportunidades, las mismas que se niegan a nuestros propios jóvenes a causa de su escasa empleabilidad, producto de la pésima educación estatal de la burocracia salvaje.

Darío Enríquez

 
Darío Enríquez
28 de junio del 2017

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