Eduardo Zapata

Indefensión

Indefensión
Eduardo Zapata
28 de mayo del 2015

Sobre la desesperación que lleva a la gente a buscar el amparo de algún poder.    

Debo confesar que nunca me ha gustado la palabra inclusión. Claro está que tampoco el término exclusión. Porque –como lingüista y semiólogo- soy hombre de signos y palabras; y atento, entonces, a las etimologías.

Y si –etimológicamente- exclusión significa encerrar afuera, inclusión carga con la significación de encerrar, solo que adentro.

Como las palabras inclusión y exclusión tienen una carga histórica y etimológica deencerrar –y yo soy amigo más bien de las libertades- no comparto ninguna de estas categorías y tampoco lo que convocan y presuponen. Hay allí controles y dirigismos. Hay allí mesianismos redentoristas no explicitados. Y hay allí latentes las tentaciones de quienes puedan querer favorecer mercantilismos económicos o culturales. Y hasta la creación de reservaciones indígenas –vía el asistencialismo- bajo el pretexto de la inclusión.

Tal vez para hacer honor a las etimologías, este gobierno ha “encerrado” a incluidos y excluidos –aceleradamente, en los últimos tiempos- en su propia psique, creando un estado de indefensión. Término que también etimológicamente tiene peligrosas secuelas políticas, sociales y psicológicas. Porque indefensión no significa simplemente incapacidad de defensa, sino –más en profundidad y lo hemos comprobado a lo largo de la historia- requerimiento de amparo.

Es habitual que cuando se habla de la palabra indefensión se restrinja el significado de esta palabra a una situación en que se coloca a quien se impide o se limita indebidamente la defensa de su derecho en un procedimiento administrativo o judicial. Sin embargo, esta restricción nos impide ver la asociación existente entre indefensión y amparo.

Porque la indefensión de la que estamos hablando y a la que nos ha conducido este gobierno no es asunto de policías, abogados y tribunales de justicia. Eso es el reality político. No es asunto, entonces, de la cotidianeidad de la administración de justicia. Sino es asunto de desesperación que lleva a la gente a la búsqueda del amparo. No precisamente el judicial, sino aquel que provendría de algún poder –divino o humano- predestinado a ampararnos. A salvarnos.

Durante la Edad Media y más allá de ella, este amparo era hallado en las iglesias. Más allá de ello y con el correr del tiempo, fue discrecionalidad de las monarquías absolutas. El limitado en su defensa que no creía encontrar justicia en el orden natural de la administración regular, se veía obligado a pedir clemencia y solicitar amparo.

Pero en tiempos de democracias y ciudadanías la defensa es asunto que debería resolverse en el orden natural. En el Estado de Derecho. Sin embargo –colapsado y envilecido este- el ciudadano común vuelve a retomar el sentido etimológico de la palabra amparo y –en su desesperación- pone los ojos en el mesías salvador. Aquel que a cualquier precio –suponemos- nos pueda sacar de la situación de indefensión psicológica. De la psique encarcelada por el miedo. Aun cuando el precio sea el encierro mayor del autoritarismo político.

Aparte de las incompetencias de gestión de este gobierno en todos los niveles, cabría preguntarse si este estado de indefensión psicológica al que se ha llevado al ciudadano común no es acaso terreno fértil para aventuras totalitarias. Inmediatas o mediatas. No democráticas o “democráticas”. En cualquier caso propuestas de cárceles para el ejercicio de las libertades, la democracia y la ciudadanía.

 

Por Eduardo  Zapata Saldaña

28 – May – 2015

Eduardo Zapata
28 de mayo del 2015

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