Martin Santivañez

Homo videns

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Martin Santivañez
05 de septiembre del 2014

Análisis de las gestiones de la titular de la PCM, Ana Jara, y el ministro Urresti

La gran desviación de la política peruana radica en su apuesta voluntaria por la superficialidad. Cuando la superficialidad se apodera de la esfera pública, cuando la percepción se convierte en el objetivo de la acción política, la calidad de la convivencia humana decae, se pervierte, transformándose en una pantomima que favorece a las minorías sin considerar el bien común. La política posmoderna tiene como bandera la exageración de la imagen, la proposición del remedo, y tal cultura imitativa caracteriza, infelizmente, a muchos nuevos liderazgos que suelen triunfar en un mundo donde la percepción se impone a la esencia.

Siendo así, frente a esta victoria de la apariencia sobre la realidad, no debe sorprendernos que la empatía arrastre a pesar de su debilidad congénita. No debe sorprendernos en absoluto que un mundo en el que las esencias no son importantes apueste decididamente por la primera impresión, por la percepción política antes que por las realidades. Si hemos padecido a tantos populistas es porque nosotros también lo somos. Ana Jara y el Ministro Urresti, en tal sentido, responden perfectamente a este patrón, son la muestra palpable de esta desviación principista que coloca, por encima de la realidad de la gestión, el espejismo del show político.

En efecto, basta con analizar los logros de Ana Jara y los del Ministro Urresti para llegar a la conclusión que son más actores que gestores. La una representa la conciliación, la simpatía personal, la tolerancia en el diálogo. El otro encarna en su imagen al agente eficiente, al que se moja las manos en la búsqueda de la excelencia, al sujeto que siempre está al pie del cañón. Pero la realidad los contradice. Por un lado, la realidad de la simpática Ana Jara se condensa en el fracaso de su intento de diálogo, por un motivo bastante simple: a quién tiene que convencer no es a la oposición. A quien debe convencer la simpática ministra es a la copresidenta Nadine. Esto, por supuesto, es un imposible metafísico, porque Ana Jara existe políticamente no para convencer a Nadine, sino para expresar en el gabinete los deseos de la presidenta del nacionalismo. Digamos que, de alguna manera, Ana Jara es la primera convencida del humalismo.

Algo semejante sucede con Urresti. Sus logros en el combate a la delincuencia no son tan claros y efectivos como su teatralidad política. En un país donde la tibieza es el elemento natural, parte del clima moral de la elite y la sociedad, la audacia se premia con la popularidad. El audaz, el que muestra ser dueño de su circunstancia, se convierte en el abanderado de los gustos del pueblo. Pero la tibieza siempre va de la mano con la volatilidad. El tibio es voluble y hoy ama lo que mañana despreciará. Por eso, aunque triunfen por mucho tiempo, aunque rijan los destinos del país por años, incluso mediante la reelección conyugal, si la simpatía y la audacia responden al apetito de un espejismo, siempre tienen fecha de caducidad. Es más, cualquier reforma que se base en lo aparente terminará generando ensoñaciones en vez de cambios. Imágenes y no realidades. Este es el signo del gobierno: la reforma postiza es sinónimo de incapacidad.

Por Martín Santiváñez

 

Martin Santivañez
05 de septiembre del 2014

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