Octavio Vinces

Histrionismo y cucarachas

Histrionismo y cucarachas
Octavio Vinces
12 de febrero del 2015

¿Subyace una especie de histrionismo bajo el «boom» culinario peruano? 

El cadáver de una cucaracha liado entre mozzarella y toppings terminó desatando una tormenta en la autoproclamada capital gastronómica de Latinoamérica. La obtusa respuesta brindada por los franquiciados locales que prepararon y vendieron la pizza a un comensal justamente indignado, fue el primer detonante del escándalo. Pero más aún lo fue el comunicado público con el que se exponía una excusa pretendidamente atendible. Es cierto que nadie tiene la obligación de ser un comunicador profesional, pero la imbecilidad es algo que cualquier gremio tiene el deber de evitar, así que flaco favor le hicieron los propietarios del restaurante a sus colegas pizzeros. Como era más que previsible ante semejante papelón, la trasnacional dueña de la franquicia buscó marcar distancia de sus licenciatarios peruanos. 

Hace algunos años, en una de las secuencias de un documental auspiciado por el gobierno peruano, un teatral chef realizaba la siguiente proclama frente a un grupo de gringos despistados del pueblo de Perú, en el estado de Nebraska: «¡ustedes son peruanos y tienen derecho a comer rico!». Toda una declaración de principios cuando el país de la «aventura culinaria» se había convertido ya en un paraíso de quioscos, mercados y huariques, donde cualquiera podía deleitarse con platillos únicos, auténticos y de sabor incomparable. Y todo eso parecía una razón válida para fortalecer una autoestima nacional tradicionalmente alicaída. 

Tal vez esta novedosa autoestima explique por qué en la sociedad peruana de los últimos años la figura del «chef» llegó a adquirir una relevancia inusitada, al punto de convertirse en alguien capaz de vender todo tipo de productos, promocionar instituciones o ser convocado como jurado de certámenes literarios. Un personaje cuyo prestigio estaba vinculado a su capacidad para generar sensaciones efímeras, pero intensas, como la del ardor de una salsa de rocoto o la dulzura extrema de un suspiro a la limeña. 

Sensación sobre realidad. ¿No subyace entonces una especie de histrionismo bajo el tan manido «boom» culinario peruano? Un histrionismo que fácilmente puede transformarse en una impostura que sirve, por ejemplo, para que la gastronomía, como carrera profesional, sea vendida en forma indiscriminada como un producto que asegura un futuro promisorio a los jóvenes peruanos (al igual que la combinación de comercio internacional, secretariado y chino mandarín, entre otras posibilidades educativas). 

A raíz de la aparición de la cucaracha pizzera, sin embargo, pareciera que algunas verdades incómodas pueden comenzar a salir a la luz. Unos cuantos informes periodísticos han dado cuenta en los últimos días de inspecciones realizadas a varios locales de la capital, en los que las desastrosas condiciones de aseo y salubridad han sido una constante. ¿Estamos ante un auge real de la gastronomía, en sentido amplio, o ante la dictadura de un espejismo? 

Quien haya frecuentado las obras de autores cubanos, como Guillermo Cabrera Infante o Pedro Juan Gutiérrez, entenderá que la tan caribeña palabra «comemierda» posee una gran variedad de significados y matices. Un «comemierda» puede ser un petulante, un bobo o un desubicado. Para el Diccionario de la RAE es simplemente una persona despreciable. El Perú, con sus excelentes sabores y su fatal tendencia a la inconsistencia, podría estar aportando nuevas acepciones a esa palabra.   

Por Octavio Vinces
12 - Feb - 2015  

Octavio Vinces
12 de febrero del 2015

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