#HastaSiempreCerati

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08 de septiembre del 2014

Reflexiones nostálgicas sobre el fallecido ídolo de rock argentino

El primer cassette que reprodujo mi primer walkman en 1987 fue uno de Soda Stereo. Regresaba de un viaje turístico a México, en donde los había visto por la televisión tocando un par de canciones que me habían gustado. Los 11 años son de esos en los que empiezas a escuchar música más o menos en serio y a mí me gustaba, lo recuerdo claramente, Soda y Prisioneros.

A partir de ese momento, la música de Soda fue como una compañera de momentos lindos y momentos tristes. Mi primer viaje al extranjero, mi primer alboroto de hormonas en serio, mi entrada a la secundaria, el primer baile fue con Persiana Americana, lo recuerdo claramente, luces blancas forradas con papel rojo y verde, pura música en castellano, a la vuelta de mi casa, en Barranco.

En secundaria se fueron conmigo al colegio. De Barranco a Miraflores, de Miraflores a Barranco. En el camino, walkman con Soda. No tengo nada contra los boleros, me gustaron con el tiempo, pero en la 73 de esos días, mi cabeza sonaba a Prófugos. Es cierto lo que dicen algunos, había canciones alegres en Soda, pero la mayoría eran medio desgarradas por no tener algo, el amor; o tener algo en demasía la inseguridad. Hasta las canciones alegres no terminaban de ser una fiesta, eran más bien una fiesta que se interrumpe por el sarcasmo elegante que la corta, que le apaga la alegría y la canción se vuelve más fuerte. Es extraño sentir, a la distancia, que Cuando Pase el Temblor me alegraba mis 12 años, y no es una canción alegre. Quizás, en ese tiempo la alegría tenía como sinónimo la melancolía, que para mí era no estar contento ni triste, sino añorando algo que no sabía que era. Para mi sonaron así las primeras canciones de Soda, melancólicas y alegres.

La única canción que me pareció algo romántica fue Trátame Suavemente. La escucho cada que tengo que recordar que, tener a quien amar y saber que la puedes perder, es la gasolina para seguir vivo. Las tardes en Los Cipreses, ahí estuvo Gustavo, jugando pelota con nosotros, gritando a todo volumen mil canciones. Caminando por Larco un julio de 1988 y con el cielo nublado de lima, ahí estaba Gustavo. Me gustó siempre porque justificaba mi melancolía, ya lo había dicho antes. Ni idea si a los demás de mi generación les habría pasado igual, pero a mí sí.

Una lágrima, una sola, recorre mi mejilla. No estoy triste, estoy melancólico. No me alegra que Gustavo se haya ido. Me alegra que descanse, por fin. No lo llegará a saber nunca, pero para mí, se fue un compañero de viaje. No era un músico, no era un rockero, era mi compañero de viaje. Ahora viajo con su música en los audífonos, que equivale a viajar con la foto de alguien que quieres en la billetera.

Por Elí Castelo Rosas

08 de septiembre del 2014

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