Hugo Neira

Hacer política en un país de negociantes

Hacer política en un país de negociantes
Hugo Neira
06 de junio del 2016

Se necesita entrega y una sana locura                    

En Lima se recibe a los presidentes con ramos y se les despide con vía crucis. Y entonces me pongo a pensar y me pregunto si los políticos tienen que tener ego o no para la locura de hacer política en el Perú. O sea, mover voluntades e inercias mil. Lo tuvo Nicolás de Piérola. Al ego del “Califa”, cuando tomó Lima con sus montoneras, y al sistema que montó debemos el periodo de progreso material más prolongado del Perú, o sea 1895-1930. Con estabilidad que ya quisiéramos hoy. En nuestro siglo XX, los pocos grandes políticos obraron gracias a un ego gigantesco.

Cuando surge Haya de la Torre, ¿qué otra cosa podía hacer sino reunir acólitos, escribir libros y congregar multitudes? ¿Pero qué creen que es un político? Yo les voy a decir, por ejemplo Alfonso Barrantes. Hace años, decenios, andaba yo metido hasta las narices en el velasquismo, trabajaba en el día como un forzado, pero joven y soltero, también juergueaba. Así, una de esas noches, saliendo de una boite, un carro frena, una cabeza se asoma, Alfonso Barrantes. «¿Qué haces Hugo? Tenemos que hablar». Le dije de inmediato que sí. Fuera del aprismo, era él lo más fuerte de la oposición, y nos fuimos todos, sus acompañantes, varios de ellos armados, y mi amiga que abría enormes los ojos ante el giro que tomaba la noche, a un cuchitril de Barranco, «a hablar». Nos dieron las cinco de la madrugada. Para esa política no había hora ni agenda. Barrantes, por lo demás, había aprendido del mismo Haya el valor de la nocturnidad. Estaba dedicado, día y noche, a ser Alfonso Barrantes.

Otro gran insomne era Carlos Delgado. El asesor de Velasco, el civil más ocupado, mil comisiones, pero igual, Delgado se plantaba en cualquier momento en casa, cuidando de ese grupo que él había reclutado personalmente, a Béjar que salía de prisión, a Carlos Franco que dejó el Partido Comunista, a Francisco Guerra García que dejó la Democracia Cristiana, a mí que dejé Europa. Reunió a muchos. Para lo cual se comprenderá, se necesitaba de un ego tan grande como el Cristo del Corcovado. Y Delgado, a la menor señal de fastidio de uno de nosotros, se aparecía y «tenemos que hablar». Y eran entonces conversaciones con aclares y gramputeadas, que acababan en abrazos. La política era vivida como fervor y misión. No era light.

Por eso quizá no hay hoy partidos, fuera de elecciones. Porque la acción política no es algo que se hace de 9:30 a.m. a 1:30 p.m., y después del almuercito, de 4 p.m. a 6 p.m. No es asunto de oficina. Son las 24 horas. Como Piérola, Haya, Barrantes y Delgado. Lo que se llama un político, es eje central de una red de voluntades sin límites de familia y tiempo. Y para eso no alcanzan del todo los tuits ni mensajes en mail. Se necesita lo que se llama entrega. Y una sana locura. Hay que entender que ni la democracia ni la historia son el resultado de tendencias espontáneas de la sociedad. Algo la hace bifurcar, para bien o mal. Pedir una historia sin egos es un imposible, y como idea, es profundamente conservadora.

 

Hugo Neira

 
Hugo Neira
06 de junio del 2016

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