Jorge Morelli

Golpes no tradicionales

Golpes no tradicionales
Jorge Morelli
20 de abril del 2016

El deterioro de los escenarios políticos desemboca en protestas masivas y en golpes sin la participación de militares

Los golpes en Latinoamérica ya no son tradicionales. Los militares ya no participan activa sino solo pasivamente en los golpes. El deterioro de los escenarios políticos, entonces, puede llegar a altos niveles de putrefacción antes de desembocar en protestas de masas que configuran lo que, en buena cuenta, es el golpe de Estado “no tradicional”.

Ese es exactamente el término que ha empleado en esta ocasión la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, para calificar la trama que se ha tejido para sacarla del poder. Ha dicho que enfrenta “un golpe de Estado que no es de los tradicionales, pero es un golpe”. El domingo la oposición consiguió más de dos tercios de los votos de la Cámara de Diputados para acusarla ante el Senado, que tiene la última palabra sobre su posible destitución como presidenta de Brasil. Según ella, la acusación es deleznable. Cosas similares se las han dejado pasar a otros presidentes brasileños.

Pero eso significa poco o nada. Golpes no tradicionales, como el que hoy acecha a Rousseff, ocurrieron con asombrosa frecuencia en la década de los noventas. Dos veces en la Argentina, contra Alfonsín y De la Rúa; tres veces en Bolivia, contra Obando, el Goni Sánchez de Lozada y Carlos Meza; tres veces en Ecuador, contra Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. En todos esos casos, para cuando se llamó a los militares a defender la institucionalidad democrática, respondieron que era demasiado tarde y que no dispararían contra el pueblo.

Si los golpes no tradicionales no han tenido lugar en los últimos quince años es solo porque las vacas gordas de la primera década del siglo XXI en Latinoamérica disimularon —más bien, sumergieron— la falla que los genera y que se halla en la base de la arquitectura de nuestra democracia. Esa falla radica en que las nuestras son democracias de baja gobernabilidad sin equilibrio de poderes.   

Hoy, las vacas flacas están de regreso y han hecho aparecer esa falla, que ha emergido nuevamente a la luz y que se expresa en unas democracias que no son capaces de resolver los problemas del pueblo. Y helas entonces aquí, de vuelta a las mismas arpías, listas para devorar cabezas de turco. Y Dilma Rousseff es la cabeza visible —o si se prefiere, el chivo expiatorio— de años de corrupción de gobiernos de izquierda que han ayudado, con entusiasmo, al desmoronamiento de la mayor economía de Latinoamérica, en la que quizás sea la peor crisis económica de la historia de Brasil.

Solo la cercanía de las elecciones en Argentina salvó a la Kirchner de una suerte parecida. Es un destino que el chavismo venezolano ha conseguido eludir hasta hoy gracias a un monstruoso derroche de recursos.

Aun si Rousseff tuviera la razón de su parte y su destitución no tuviera base legal alguna, el drama del golpe no tradicional ya se está viviendo en Brasil, desde las calles hasta abrirse paso a los recintos parlamentarios, donde recibe una capa de pintura legal. Porque el hartazgo del pueblo es visible hace largo tiempo en las plazas y en las avenidas de Río, Sao Paulo y Brasilia, exigiendo que alguien pague por esto.

Jorge Morelli

@jorgemorelli1

jorgemorelli.blogspot.com

Jorge Morelli
20 de abril del 2016

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