Fausto Barragan

Generación cochebomba

Generación cochebomba
Fausto Barragan
26 de junio del 2015

Balas y rock, reseña de la más reciente novela de Martín Roldán Ruiz

Pocas son las novelas dentro de la llamada “narrativa de la violencia política” que apuestan por enmarcar su historia en ambientes peculiarmente marginales. Si bien se puede considerar a la sierra peruana, ceja de selva, o cualquier lugar provinciano que se encuentre desprotegido del manto capitalino, como marginal, existen más que lugares, precisamente, ambientes, que a pesar de encontrarse en el corazón de Lima, se encuentran tanto o más desamparados que los antes mencionados. Uno de los ejemplos que grafica esta idea: “La movida subte de Lima”. Es decir, aquella horda juvenil que viste chamarras, púas y cadenas; que luce cortes de cabello extravagantes; y en general,  que se exhibe de forma agresiva, expresando así su conflictiva manera de afrontar la realidad a su alrededor. Sí, aunque todavía hoy siguen vigentes en las noches de Jr. Quilca, son sus antepasados de comunidad los que vivieron como ellos, años atrás, solo que acompañados por una distinta banda sonora: sirenas de patrullas, balas y por supuesto, bombas. La novela que retrata parte de estos turbulento años grises en Lima es Generación cochebomba (2007) de Martín Roldán Ruiz.

Generación cochebomba narra la historia de Adrián R., joven bombardeado por todas las preguntas propias de su edad y por la tensión que el clima hostil de las calles por las que transita le obliga a asumir. Es miembro de una familia de clase baja que se resiste a ser consumida por los problemas económicos y por el miedo a la muerte. Ella está conformada por su padre, un orgulloso taxista que rechaza la idea de arrojar a sus hijos al fuego de salir a trabajar; una madre trabajadora que, a pesar de representar el seno familiar y principal receptor de las consecuencias de la violencia externa, busca lo tranquilidad en su hogar; y una hermana, estudiante de colegio que es obligada a asfixiar la inocencia que descansa en su interior, para hacerle frente a los problemas desatados en casa. A pesar de ello, Adrián arrastra la culpa de darle la espalda a todas estas adversidades, restándose del drama familiar, para refugiarse en su cálido grupo de compañeros, con los que al compararse, probablemente sus heridas no le infligen tanto dolor. La cuota de sangre derramada en esta novela no solo es demanda del grupo terrorista para su partido, sino es el sacrificio que deben ofrecer los personajes para poder respirar el aire de esa ciudad.

Otro de los puntos a destacar es la propuesta “musical” de la novela. Con ello me refiero a la relación entre la historia eslabonada con cada canción de las bandas vitales para aquella comunidad: el punkrock subterráneo. De los buenos exponentes referenciados en la historia, tenemos a La Polla records, Dead Kennedys, The Clash, Sex Pistols, Leuzemia, Autopsia, Eutanasia, Éxodo, Eskorbuto, Narcosis, y otras más. A través de sus letras, el narrador reemplaza las habituales citas “literarias” presentando con ellas los capítulos y partes de la novela. Esta cualidad entonces permite abrir un nuevo tema vinculado específicamente al aspecto narrativo, a la vez, al mérito del narrador, al construir un sólido andamiaje en base del material predominante para todos sus personajes: la música. Qué otra forma de rendirle justicia a esas vidas sacrificadas que solo pocos recuerdan como heroicidad anónima, que dejando que sus canciones favoritas hablen por ellos. Así, no podemos imaginarnos la lectura fluida de Generación cochebomba, sin escuchar las canciones que sus protagonistas dibujaron en sus mentes por un sentimiento y razón perdidos en aquellos años oscuros en los que estuvo sumida nuestra sociedad.

Esta novela nos invita no solo a enterarnos de parte de nuestro pasado como ciudad, a reflexionar sobre los problemas que acaecieron en sus años de violencia, sino nos invita a ser testigos de un código, norma y estilo de vida particulares que respondieron con el mismo ímpetu al ambiente de aquellos años, en los que se grabó el horror en el rostro de nuestra historia. Ello nos recuerda que existe un lado feo de Lima, que nadie ve o intenta ver, pero en el que gente, a pesar de levantarse entre muertos y cargarlos en sus espaldas por todos lados, conserva aún la esperanza de seguir luchando un día más.

 

Por Fausto Barragán

26 – Jun – 2015

Fausto Barragan
26 de junio del 2015

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