Dante Bobadilla

Gabinete con yaya

Gabinete con yaya
Dante Bobadilla
11 de agosto del 2016

El ministro de Cultura y la pretendida Ley del Cine

El primer gabinete de Pedro Pablo Kuczynski ha sido aplaudido por la mayoría, obviando críticas burdas, como la de “Gabinete de economistas”. Yo prefiero economistas a sociólogos o abogados de DD.HH, como los que abundaban en los gabinetes de Ollanta Humala. Hay gente muy valiosa, pero me preocupa uno: Jorge Nieto Montesinos en el Ministerio de Cultura. No por su formación política de izquierda en el Partido Comunista Revolucionario Trinchera Roja, un desliz juvenil que muchos logran superar con educación y madurez. Lo que me preocupa es su inclinación progresista y su deseo de reflotar la Ley del Cine.

En principio estoy en contra de esta clase de leyes, que se entrometen en el quehacer privado de la sociedad. No necesitamos ninguna ley del cine, como tampoco de la canción o de la televisión. Ninguna. Sin embargo existe en el progresismo una tendencia perniciosa a pedir que el Estado se meta en la vida de la sociedad bajo diversas excusas, como los consabidos pretextos de promover y defender la moral y la cultura, o cosas tan abstrusas como “el derecho a tener un cine propio”, como dice la ley de marras.

El cine es una industria y un negocio del entretenimiento. Está sometido al mercado y al gusto de la gente, que paga por ver las películas. Sin embargo, para justificar la intervención del Estado, se le disfraza de “arte y cultura”, para luego decir que es función del Estado velar por la cultura. La argumentación está montada para crear el artificio de que el Estado interviene en el cine no para favorecer un proyecto de privados, sino para cuidar algo así como un patrimonio cultural de la nación. Pero todo eso es falso.

El cine sigue siendo un negocio en el que la gente invierte y arriesga un capital esperando obtener ganancias, para lo cual debe esmerarse en “atinarle” al gusto de la gente. Sin embargo hay una casta de progresistas que se sienten auténticos representantes de la moral y la cultura y superiores a todos, al punto que no están dispuestos a someterse al escrutinio de la gente, a la que desprecia por ignorante. Por tanto, no esperan ningún favor del público. Su método es más corto: apelan al Estado para que les haga una ley especial que les permita no solo producir sus películas con dinero ajeno, sino que también obligue a las salas a exhibirlas, bajo el pretexto de promover la cultura.

La ley del cine que tenemos acá es una copia de otras que hay en el mundo, pues progresistas que buscan vivir a expensa de otros es lo que sobra en todos lados. Por eso hallarán argumentos fútiles como el clásico “en otros países también hay”, como si eso fuera una buena justificación. Lo que intenta esta ley es obligarnos a pagar impuestos especiales, fijados en las entradas de cine y en la factura de la televisión por cable, destinados a crear un fondo a repartir entre los dichosos cineastas que no quieren buscar financiamiento privado. Es más fácil para ellos tratar con burócratas displicentes encargados de repartir dinero ajeno que convencer a los inversionistas privados para que arriesguen dinero en sus proyectos.

La consecuencia de todo esto, además del robo legalizado al público, son las clásicas argollas de corrupción y favoritismos en el manejo de estos fondos, como ya ha sido denunciado numerosas veces. Pero tal vez lo peor sea la mediocridad de las cintas que salen de todo esto pues, como no buscan competir por el público, se dedican a la propaganda ideológica con el sambenito de “mostrar la realidad”, “dar un mensaje” y “crear conciencia social”, entre otros cuentos progresistas. Por eso nos adormecen con escenarios marginales, situaciones triviales, diálogos baratos con un lenguaje procaz, y todo dentro de un sopor y lentitud que, al menos a mí, me resulta imposible soportar más de cinco minutos. Definitivamente debemos oponernos a la Ley del Cine. El que quiere hacer cine, como cualquiera que tiene un proyecto que requiere inversión, debe buscar socios dispuestos a arriesgar para ganar. Ya está bueno de crear castas de privilegiados y vividores, y de sacarle plata a la gente.

DANTE BOBADILLA

 
Dante Bobadilla
11 de agosto del 2016

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