Fútbol en la NBA

Sobre la importancia de la especialización en política

Nadie en su sano juicio cuestiona hoy la importancia de la especialización en el quehacer humano. Gobernar un país es, por excelencia una función política, tampoco nadie en su sano juicio debería negarlo. Los pergaminos y éxitos profesionales, empresariales o financieros del gobernante o su equipo ayudan, pueden dar una efímera ilusión, pero solos no bastan para gobernar. Perder esto de vista es un error que paga caro el elegido y más caro los electores. El primero puede perder popularidad y eventualmente el asiento, los segundos pierden lo más valioso en esta vida: tiempo, recurso que, a diferencia del dinero, es un vector de dirección unilateral. Jamás retorna, la suma de tiempos individuales que hace el tiempo de un país, tampoco tiene delete-reload ni marcha atrás.

Cuando un equipo de gobierno habla a un auditorio de probables inversionistas extranjeros, es válido recurrir a la edición de indicadores; un lenguaje usual de los directorios que, usado con intencionada distorsión, encanta al homo oenegerus (que se alimenta de su propia data para levantar fondos). A fin de cuentas, la plata no tiene sentimientos ni emociones, así como no los tienen sus dueños cuando no caminan nuestras cada vez más peligrosas calles ni asisten al desfile cotidiano de proyectos en clave “ya fue”.

Pero usar ese lenguaje ante un público empresarial local desencadena la preocupante percepción de pérdida del cable a tierra. Usarlo ante el pueblo es tanto o más imprudente que callar, pues puede gatillar niveles elevados de decepción y transformarlos en ira. Y esta, cuando se desborda, se expresa en calles y plazas y altera los calendarios. No esperemos llegar a ese punto.

Hoy, hasta el propio gobierno acepta que carece de operadores, consejeros (de verdad, no palomillas oenegeros de balcón) y voceros políticos, tanto en su bancada como en los distintos niveles del Poder Ejecutivo. Además de la urgente necesidad de aplicar una prueba ácida a las alianzas elegidas (que tras ayudar a ganar la elección, aportan nada y nada debieran conservar de las cuotas de poder en el gabinete), urge que el premier recomponga su equipo, antes que la embestida estacional de conflictos que consuetudinariamente arranca en marzo se los lleve como huayco en Uchumayo.

Si el presidente y el premier aspiran a replicar su exitosa trayectoria ministerial y directiva, deberán elegir qué ministros y miembros relevantes del gobierno remplazan y a quienes refuerzan con asesores, operadores y voceros políticos. No hacerlo equivale a pretender vencer en la NBA con un buen equipo de nadadores, fondistas y futbolistas. Lo mismo sería intentar apalancarse en la acción política de la bancada oficialista.

La edad cronológica, la poca continencia verbal y los inmutables hábitos horarios de PPK, obligan a ejercer el premierato con mayor presencia política física, verbal y gestual. Pero además se hace imprescindible redefinir, si no las alianzas, por lo menos las amistades y compañías. Alguien debería explicarle al presidente que no es San Martín de Porres y que, por el bien del país, lo razonable es que busque acercamientos y apoyo en quienes tienen un ideal similar de país (aquellos con quienes todo era armonía hasta diciembre del 2015), y no con quienes siguen soñando con dinamitarlo o, peor aún, venderlo al neoimperialismo caribeño cebado con yuanes.