Darío Enríquez

Fuegos de artificio del gendarme global

Viejas tensiones y nuevas pulsiones en el siglo XXI

Fuegos de artificio del gendarme global
Darío Enríquez
18 de abril del 2018

 

La política internacional de Donald Trump ha puesto de cabeza todas las previsiones y todos los (falsos) protocolos del mundo. El último ataque “de precisión quirúrgica” contra posiciones militares sirias provocó al inicio sobrerreacciones y luego perplejidades. Hasta se llegó a hablar de una posible suspensión del Campeonato Mundial de Fútbol, que tiene a Rusia como anfitrión, revelando que —en medio de todo— siempre hay espacio para lo trivial, incluso cuando se supone que estábamos ad portas de la tercera guerra mundial.

Ni una ni otra. La Rusia de Putin prometió serias represalias contra un ataque que aún no termina de evaluar y que no obliga a una respuesta “firme” (véase las comillas). Mientras tanto, seguimos teniendo el norte de África, el Medio Oriente y la Mesopotamia como los centros conflictivos de mayor virulencia en nuestro tiempo. Paradójicamente, la decisión más precaria y controversial —la creación del Estado de Israel— ha producido el resultado más estable y duradero, teniendo en cuenta la fortaleza con que ese Estado se ha consolidado. Todas las otras “soluciones” que se identifican con la creación artificial de más de una docena de países, han terminado en Estados inestables, cuando no fallidos. Los estertores del gran imperio Otomano al parecer continúan, y hay quienes desde la locura del DAESH (ISIS) proclaman su eterno retorno.

A partir de la dudosa primavera árabe, que destruyó las barreras que esos mismos pueblos habían construido contra el fundamentalismo islámico, desde Occidente los errores se suceden uno a otro. El gendarme global —USA, Gran Bretaña y Francia— ha cometido el grave error de pretender la eliminación de las dictaduras —calificadas así desde la miopía occidental— que regían los destinos de esos países, para una supuesta emergencia de límpidas y ejemplares democracias liberales. Hay mucho de ingenuidad punible, cuando no de una confusión interesada, en esa visión. Lo único que se ha logrado es abrir las puertas de par en par a la entronización de otra dictadura de corte fundamentalista islámica. Solo Marruecos, que resistió los cantos primaverales gracias —en buena parte—a su modelo de monarquía parlamentaria, luce claramente estable. El resto, desde Argelia hasta Siria e Irak, pasando por Libia y Egipto, han sufrido descalabros que aún no pueden superar del todo.

Trump ha manifestado que tiene poco interés en cambiar el modo de gobierno en Corea del Norte, y con ello ha logrado un acercamiento inédito entre el tirano y Occidente. Ese parece ser un camino más sensato. La creencia de que el único modelo político posible es el de la democracia liberal no resiste el mínimo contraste con la realidad. La China capitalista y comunista es un desafío enorme a esa visión miope y etnocentrista de Occidente. Singapur también es un reto a esa lógica demoliberal con lo que podría llamarse una “democradura” funcional y eficaz. Por su lado, Filipinas implica también un enfrentamiento con esa visión del mundo complaciente con la delincuencia victimizada que forma parte del pack progresista demoliberal y neomarxista que pregona Occidente. La Rusia de Putin también sale al paso de esa avanzada cultural neomarxista y la desprecia, domina y liquida con apabullante apoyo ciudadano. Incluso en el mundo occidental, la avanzada “conservadora” europea continúa firme.

Los tiranos de Cuba y Venezuela se resisten a dejar que sus pueblos tomen decisiones, aunque es probable que esas decisiones serían muy próximas a las que hoy se dan en esos países. Muchos cubanos y venezolanos siguen sin entender que los orígenes de sus problemas no están en Fidel, en Raúl ni en Maduro, sino en el socialismo. Pero los tiranos —estos otros tiranos tropicales— hace mucho ejercen el poder por el poder. Se ahogarán en su propio vómito. El resto de nuestra América Hispana sigue avanzando pese a todos, aunque sin la velocidad requerida. Nuestro camino es el de la Libertad.

El modelo demoliberal solo tiene sentido para nosotros si somos más libres, si tenemos un Estado menos intervencionista, si dejamos que las gentes sigan y persigan sus propios planes de vida, y no los que el Estado tirano pretenda. Por eso es que cada día somos más contestatarios respecto de los diversos poderes del modelo demoliberal, porque son solo portadores líricos y no verdaderos soportes de la libertad. En la medida que los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial y mediático comprendan su verdadero nuevo rol libertario, podrán recuperar algo del respeto que hoy han perdido frente a los ciudadanos.

 

Darío Enríquez
18 de abril del 2018

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