J. Eduardo Ponce Vivanco

Frente a la gravedad de la tragedia

Concretar unas Fuerzas Armadas para la Paz

Frente a la gravedad de la tragedia
J. Eduardo Ponce Vivanco
24 de marzo del 2017

Concretar unas Fuerzas Armadas para la Paz

Los problemas y rivalidades fronterizas que antes concentraban la preocupación de nuestra diplomacia y Fuerzas Armadas han sido definitiva y felizmente superados. La paz y la inexistencia de dificultades vecinales no solo significa un inmenso alivio presupuestal, sino que invita a reflexionar sobre las funciones tradicionales de la defensa nacional, que antes requería ingentes cantidades de armamento y personal militar. Con mayor éxito que frente a las amenazas del narcotráfico y el terrorismo, las capacidades y equipos de los institutos armados se hacen evidentes cuando el Perú es atacado por desastres naturales devastadores como los de ahora, que causan mayor destrucción que cualquier guerra.

La realidad sugiere que es hora de concretar la idea de unas Fuerzas Armadas para la Paz, y de conferirles —de manera orgánica— una función permanente en las tareas de mitigación, prevención y reconstrucción que exigen los cataclismos que nos azotan periódicamente. Sus batallones de ingeniería, aviones de transporte, helicópteros, el SIMA y las tecnologías que los tres institutos han desarrollado los califican ampliamente. Sería un merecido reconocimiento al esfuerzo diario que despliegan y un elemento valioso en el esquema de reconstrucción que debemos concebir y acometer con lucidez y perseverancia. Las calamidades cíclicas —que aniquilaron a civilizaciones milenarias como la Moche— son parte de la historia peruana. Pero el cambio climático potencia las catástrofes por las características geográficas de nuestro territorio, el descongelamiento de nuestros glaciares y la deforestación de nuestros bosques y cuencas. A ello se suman la informalidad, la corrupción, el tráfico de terrenos, la ausencia de autoridad, la negligencia, la falta de sentido común y muchos otros males.

A diferencia del propio Gobierno, las FF.AA. no tienen que discutir el ámbito de sus competencias con los llamados gobiernos regionales o los municipios, directamente responsables de la invasión y apropiación de terrenos en torrenteras y quebradas, donde los mortíferos “asentamientos humanos” multiplican las víctimas y son amenazas mortales para sus habitantes. Hemos perdido infraestructura vital para la logística que requiere el abastecimiento del mercado interno, el comercio internacional y el funcionamiento de la economía. No hay institución pública o privada que pueda sustraerse a la tarea de reconstruirla lo más pronto posible para poder recuperar el crecimiento.

 

La urgente atención a los damnificados y la complejidad de la reconstrucción reclaman organizaciones disciplinadas, equipadas, bien entrenadas, ejecutivas, y con competencias indiscutidas en toda la nación. Esta última condición es crucial en un país roto por una regionalización departamentalizada y absurda como la que concibió e implementó el gobierno de Toledo. No parece haber conciencia suficiente de la desestructuración de las funciones de gobierno que comporta una organización que complica y traba el funcionamiento del Estado. Baste decir que sin las competencias que tiene, por la regionalización toledista, Gregorio Santos no habría arruinado a Cajamarca ni bloqueado proyectos mineros vitales para el desarrollo nacional.

Por otro lado, la gerencia de la reconstrucción que se encomendará a una autoridad con plenos poderes demanda una reforma profunda de la mal llamada “regionalización”; esa perniciosa normatividad que ha desestructurado un país que acumula los problemas que tan brillantemente describe Carmen McEvoy (“Reflexiones en torno a una tragedia”) en El Comercio del 22 de enero. Las dimensiones de la hecatombe demandan un diagnóstico acertado sobre las causas de nuestro monumental desorden, de la aversión endémica que tenemos al concepto mismo de autoridad, y de nuestra probada incapacidad para asumir y corregir estos defectos.

 

Comienza a surgir la impresión de que el gobierno de Kuczynski se ha propuesto estar a la altura de este desafío histórico, aprovechando que los huaicos han inundado también las corrosivas rivalidades políticas que nos dividen cuando más necesitamos la fuerza de la unión. Ojalá que los chinos no se hayan equivocado al pensar que toda crisis es una oportunidad, y que el Perú no sea la excepción que confirme la regla.

 

J. Eduardo Ponce Vivanco

J. Eduardo Ponce Vivanco
24 de marzo del 2017

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