FINLANDIA, LOS MILLENNIALS Y SUS ESCRITURAS

En el país nórdico ya no es obligatoria la caligrafía

Por Eduardo E. Zapata Saldaña

En una nota publicada en este mismo espacio, señalábamos que los millennials en Perú —no por moda, ni por disposición oficial— estaban distinguiendo ahora entre textear y escribir. Mientras la palabra textear aludía a codificación de mensajes desde dispositivos electronales, el término escribir quedaba circunscrito a aquellas trazas que se realizan aún a mano.

Sin que nadie los presione, y simplemente a partir del reconocimiento de diferentes prácticas de escritura, los propios jóvenes —a partir de su sentimiento lingüístico— terminan por reconocer que se trata de dos prácticas diferentes.

Textear pertenece ya al orden de lo digital y “natural” para ellos. Escribir a mano significa más bien una artificialidad correspondiente fundamentalmente al mundo de la escuela. Y —lo dijimos en la nota aludida— suponía no trazar letras, sino dibujarlas. Casi con la paciencia de un calígrafo. Prescindiendo de juicios sobre contenidos, nuestros jóvenes escriben “más bonito” que ayer, pues la artificialidad e infrecuencia de la práctica los ha llevado al cuidado de las grafías o letras.

Para muchos, Finlandia se ha convertido en un referente de la educación ya desde hace buenos años. Y la escritura de sus jóvenes estaba considerada como algo casi cercano a la “perfección”. Ellos escribían —por disposición oficial y tradición— con una caligrafía cursiva impecablemente bella. Y en las evaluaciones de calidad de escritura obtenían reconocimiento mundial.

Pero he aquí que Minna Harmanen, responsable del Instituto Nacional de Educación finlandés, aun aceptando reconocimientos y bondades, ha señalado hace poco que la caligrafía cursiva “es una tradición, pero ¿qué tradiciones no están cambiando?”. Ya en Finlandia no es obligatorio aprender la caligrafía cursiva. Se escribirá con letra de imprenta. Y es que —como lo admite Harmanen— “la escritura cursiva solo se usa en el colegio”. El tiempo que se dedicaba a la caligrafía tradicional será invertido en el trazo de la escritura con letra de imprenta, que “les será más útil a los escolares en su vida laboral”. Es obvio que esta vida laboral sabe hoy más de teclados y letras de imprenta que de escrituras cursivas.

Ellos eran los primeros en el ranking mundial de escrituras, pero no vacilaron —al mirar el mundo— en abdicar de un paradigma consagrado. Lo mismo que ha ocurrido con la prueba PISA, cuya aplicación —también al mirar el mundo— demostraba sus profundas limitaciones. También eran líderes sus estudiantes en resolver estas pruebas, pero la idoneidad profesional de sus autoridades y el atender a la realidad, los ha hecho desentenderse del carácter absoluto de esta prueba. Que —como sabemos, y entre otras limitaciones— no mide inteligencias múltiples.

Mientras un país reconocido como “referente cultural” en la educación no vacila en adecuar su educación a los tiempos y a la realidad, nuestras autoridades educativas suelen prescindir de motivaciones, competencias y habilidades de los estudiantes para tratar de imponer mesiánicas propuestas de mundos idos.

Como dicen los versos de La Maza, una hermosa canción de Silvio Rodríguez e interpretada por Mercedes Sosa:

¿qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera? 
¿qué cosa fuera la maza sin cantera? 
un testaferro del traidor de los aplausos, 
un servidor de pasado en copa nueva, 

¿Estamos realmente cambiando nuestra educación o —recogiendo otro verso de esa misma canción— haciendo de ella “lucecitas montadas para escena”?