Raúl Mendoza Cánepa

Fabricar presidenciables

Fabricar presidenciables
Raúl Mendoza Cánepa
28 de agosto del 2017

La percepción lo es todo, como en la magia

Un enigma fascinante es cómo convertir a cualquier político en presidenciable. Desde los viejos estrategas chinos del poder y de la guerra hasta Sun Tzu, Baltasar Gracián y Maquiavelo, las claves para escalar, adquirir o conservar el poder han escandalizado a muchos. En los tiempos modernos la experiencia de Roger Stone fabricando presidentes republicanos, alguna bibliografía que recoge tácticas históricas (Robert Greene y sus leyes del poder) o las recetas de centenares de marketeros políticos parecen marcar la pauta de las victorias.

Sí existen claves, pero estas deben relacionarse con la realidad y el momento en las que se aplican. Hace unos años, un candidato presidencial peruano se valió de los consejos del estratega estadounidense Dick Morris, autor de El nuevo príncipe. No le fue bien. Morris, otro de aquellos que juegan al marketing con reglas generales, señala el valor de conservar el mensaje positivo (a contrapelo, el exitoso Stone prefiere atacar primero antes que defenderse). Dice Morris, además, que el buen candidato se enfoca en los temas de la campaña y se coloca por encima del partido. Su liderazgo es de ideas. A Morris parece, equívocamente, importarle poco el dinero, la imagen y la táctica. Se distancia de Stone, hábil en desinformar, derruir imágenes e inescrupuloso para derribar al adversario de su pedestal.

En realidad, pocas de estas presuntas claves son aplicables al Perú, donde cohabitan micromundos y contradicciones, a veces dentro de una misma ciudad. Erigirse con un solo mensaje en San Juan de Lurigancho y San Isidro o en Puno y Lima resulta forzado. El mensaje uniforme se colará por algunos de los intersticios de la opinión pública, perdiéndose el resto. Estudios propios han llevado al autor de esta nota a comprender dónde reside el voto conservador o temeroso y dónde aquel que tantea el cambio, sin importar la ideología que venga detrás. Fujimori pudo representar un cambio de paradigma, como Toledo frente a Fujimori o el aprismo en algún momento y dentro de algunas áreas geográficas, o Humala que capturó el sur andino, siempre ávido de quiebres.

El público elector peruano es cambiante, variopinto y a veces inefable. Sobre ese mar de dudas debe navegar el político. Sin embargo, hay reglas claras que son observables en general y no responden a la palabra. Quien pretenda ser la prolongación de un mediano lustro anterior quemará sus naves en vano: los gobernantes se agotan y agotan a sus sucesores. La gente quiere autoridades que cambien el panorama. También quiere que su presidenciable se coloque el casco y la bota, un gesto de acción y movimiento.

La dureza, el gesto y la acción tienen un valor agregado, sea hombre o mujer quien los aplique. La oratoria no sirve de mucho, pero el mal decir puede jugar en contra como el dislate; nada que un buen gesto no pueda superar. “Estar en la foto en el momento preciso y con quien conviene, o adelantarse con un gesto que todos celebren (tirios y troyanos), siempre bonifica”. Los asesores de Kenji Fujimori lo saben y aprovechan la plataforma que la representación parlamentaria ofrece. Un “saber estar y moverse” en el momento oportuno o fungir de “defensor del pueblo”, el indignado que pone orden o resondra a la mala autoridad, suma a la construcción de su proyecto presidenciable. Que te olviden es fatal.

En el Perú ninguna victoria está cantada. Un desconocido Fujimori de 55 años venció a Vargas Llosa. Toledo creó una epopeya de sí mismo, haciendo creer que él aceleró la caída de Fujimori. Alan García aprovechó el miedo a Humala en 2006. Cinco años más tarde, el “No a Keiko” con la engañosa garantía de un grupo de notables, colocó en Palacio a un Humala “Suavitel”. PPK hizo de la morisqueta una conexión con los jóvenes.

No existe un solo ministro, congresista, autoridad o ciudadano que pueda descartar la posibilidad de gobernar. La política peruana solo puede entenderse desde sus propias claves. Un solo gesto puede abonar más que un refinado discurso. A contrapelo de Morris (que parece no haber visto el debate entre Kennedy y Nixon en la TV), en política la percepción lo es todo, como en la magia.

 

Raúl Mendoza Cánepa

 
Raúl Mendoza Cánepa
28 de agosto del 2017

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