Eduardo Zapata

Estado escribal y gestores casi analfabetos

Estado escribal y gestores casi analfabetos
Eduardo Zapata
19 de mayo del 2016

En Perú los papeles y la tinta reemplazan a las personas

La definición de subversión, aquella consignada formalmente en la bibliografía especializada, alude a toda acción que impide o limita el ejercicio de la autoridad legítimamente establecida. Así las cosas, la subversión compromete no solo acciones externas al Estado, sino entre nosotros –y con prioridad- la esencia misma del poder oficial y su proyección sígnica sobre los ciudadanos.

Resulta indiscutible que históricamente el Estado peruano tiene una deuda en lo que  se refiere a la articulación con sus individuos. Importamos modelos de Estado, los aplicamos mecánicamente, y las grandes mayorías, aún hoy, no están articuladas con ese Estado.

Convengamos en que el Estado es una construcción cultural que implica el establecimiento de una serie de funciones, redes y relaciones políticas y sociales, entendidas como un vehículo de acción colectiva para la solución de problemas públicos. Donde todo deviene en una propuesta simbólica e instructiva para la sociedad.

En un país con una gran diversidad cultural pre globalizada y post globalizada, hemos pretendido instaurar un Estado surgido de la homogeneidad. Existiendo individuos adscritos a la oralidad y ahora a la electronalidad,  perpetuamos un Estado basado excluyente y totalitariamente en una inoperante cultura seudo escribalizada. Códigos napoleónicos orquestados por ejecutores casi analfabetos. 

Hemos construido Estados de papel, donde los papeles y la tinta reemplazaban a las personas y a la realidad. Deuda histórica, pero sobre todo incapacidad de configurar una propuesta simbólica e instructiva para todos los peruanos.

De modo que las limitaciones primeras, parciales o totales, del ejercicio de la autoridad se encuentran en el seno del propio Estado y en la gestión gubernamental. Que siguen trazando realidades que sólo existen en el papel, dialogadas muchas veces con fantasmas y que con el tiempo devendrán en testimonio de lo incumplido. Por la perpetuación del divorcio entre Estado y realidad cultural y por la incapacidad consecuente de traducir en símbolos comprensibles – el primero, la autoridad misma –la expresión de ese Estado.

La reforma real del Estado es, pues, imprescindible. Hoy. No sólo asunto de producción y productividad, sino de seguridad para la convivencia civilizada. Garantía, así, de indispensables estabilidad y seguro eficiente contra la corrupción. Lo demás transitará ingenuamente en los linderos de la subversión.

Símbolos sin respaldo. Instituciones, normas, procedimientos, monedas e inflación, palabras empeñadas, programas sociales perpetuadores de la pobreza. Interminables y costosas mesas de la pobreza y seguro hasta de la riqueza. Del género y seguro también del número. Estériles consultorías y acuerdos. Usurpación de la sociedad civil. Falsas representaciones. Talentos iluminados que fugarían si no se les paga por encima incluso de estándares internacionales. Hasta pretendidos (y pretenciosos) dueños de la moral pública.

Pérdida de fe pública. Autosubversión gubernamental.

¿Nos atreveremos a restituir referentes / respaldo a nuestras palabras o seguiremos alentando la perniciosa inflación lingüística y social y, con ello, la subversión? 

Eduardo E. Zapata Saldaña

 
Eduardo Zapata
19 de mayo del 2016

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