Eduardo Zapata

Esnobismo virtual

Comunicación electronal ha mermado la voz de la autoridad

Esnobismo virtual
Eduardo Zapata
04 de enero del 2018

 

Aun cuando discutida por algunos, una de las etimologías de la palabra snob nos indicaría que esta palabra es una abreviatura de la expresión latina sine nobilitate. Como lo refiere José Ortega y Gasset, en Inglaterra las listas de vecinos de un pueblo indicaban, junto a cada nombre, el oficio y rango de la persona. En el caso de los “simples burgueses” aparecía la abreviatura s.nob, es decir, sin nobleza.

Por ser de utilidad para esta reflexión, retomo dicho sentido etimológico. Para subrayar que la palabra snob —como sus asociados semánticos contemporáneos cool y nice— no recoge precisamente los valores, principios y moral caballerescos propios de la nobleza de aquellos tiempos. Discutibles, por cierto, pero finalmente inherentes a una condición de existencia.

Dichas así las cosas, el esnobismo, lo cool y lo nice transitarían más por las veleidades circunstanciales de lo plebeyo que de lo caballeresco. Más por las modas que por los principios.

No cabe duda de que la revolución de la comunicación electronal ha traído consigo una merma de la voz central de la autoridad y ha significado una tumultuosa explosión de la libertad de opiniones. Valederas muchísimas de ellas. Inciertas y hasta mentecatas algunas otras, que configurarían lo que Umberto Eco denominaba la estupidización en las redes sociales.

Pero he aquí —y esto lo queríamos subrayar— que la palabra snob (como lo cool y lo nice) ha adquirido hasta un estatus de clase. Un intelectual, por ejemplo, se define por tener que vivir en ciertos lugares, frecuentar o no cierto restaurant, preferir ciertos estilos de comida, vestir “despreocupadamente” y, lo que es más grave, tener que inhibir su pensamiento y palabra por tener que seguir el trending topic intelectual del momento. De no hacerlo se corre el riesgo de ser expulsado del Olimpo. O, en el menor de los casos, a ser vilipendiado en el mundo de las redes sociales.

Todo lo anterior viene al caso a propósito de la realidad inmediata que hemos vivido y aún vivimos. Cuando se discutía legalmente la vacancia por incapacidad moral de PPK, muchos lo convirtieron en símbolo de la democracia y la moralidad, de las que se acusaba carecer a quienes apoyaban la vacancia. Sin embargo, más pronto que tarde, el héroe se convirtió en villano. El indulto concedido a Alberto Fujimori convirtió al símbolo de la democracia y la moralidad en un ciudadano al que había hasta que expulsar del ejercicio de la Presidencia.

Nadie en su sano juicio puede negar los execrables crímenes cometidos durante el gobierno del señor Fujimori. Resulta más que ocioso negar el encarrilamiento económico del país. Pero de allí a convertir doce años de la historia del Perú en toda nuestra historia hay una gran distancia. Y supeditar nuestras palabras y opiniones a los antis y a los pros derivados de estos doce años resulta no solo un contra sentido histórico, sino precisamente un factor inhibidor de las libertades de opiniones que necesitamos para superar los momentos difíciles que atraviesa el país. Más aún si muchos de estos antis están alimentados por ese esnobismo nada noble al cual hemos hecho alusión.

Gobierno y oposición deben reconciliarse. Pero no entre sí y menos bajo la mesa. Deben reconciliarse con todo el pueblo peruano, hoy justificadamente enervado ante la ineficiencia y aprovechamiento y cálculo políticos.

Me disculparán, pero soy orteguiano. Y el gran Ortega y Gasset decía ya en 1930: “Todo anti no es más que un simple y hueco no”.

 

Eduardo Zapata
04 de enero del 2018

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