Édgar Villanueva

¿Es posible la revolución social en un Perú fracturado?

¿Es posible la revolución social en un Perú fracturado?
Édgar Villanueva
13 de octubre del 2017

 

Para cerrar definitivamente las brechas históricas

 

“El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras” (Aristóteles)

 

Al escribir estas líneas la premier Mercedes Aráoz y sus ministros se encuentran en el Congreso de la República, luego de presentar la política general del Gobierno para esta etapa que algunos han denominado la “era Aráoz”. Desde el título lanza una bandera: “Juntos y seguros por revolución social”; lo que “significa cambiar el enfoque”. ¿Cuál es esa nueva mirada? ¿Cómo se come? ¿Es puro floro o tiene sustancia?

 

La exposición de la premier tiene un sesgo más político que tecnocrático. Sin duda que esa es la novedad y se resume en el rumbo de lo que Mercedes Aráoz ha definido como propósito del nuevo enfoque: “Una Revolución [así con mayúscula] con el cumplimiento de una agenda que permita cerrar finalmente las brechas que nos impiden avanzar, limitando la igualdad de oportunidades y derechos entre nuestros habitantes, que no nos dejan ser realmente libres y que puedan dar cabida a las ideologías del odio y del miedo”. Una revolución por la que “los políticos debemos reaccionar juntos a las demandas ciudadanas”, ya que con esa Revolución Social “podremos construir un ideal de país, una visión de Perú para no poner en riesgo todo lo avanzado en materia de lucha contra la pobreza, desarrollo y justicia social”.

 

He ahí el mensaje político y la enorme valla fijada por el propio Gobierno, sintetizada en: “Cerrar finalmente las brechas,(…) para el desarrollo y la justicia social”. ¿Será posible tanta belleza al 2021, en un país históricamente fracturado? Si bien todo indica que el entusiasmo ha teñido el discurso, nunca es malo señalar una intención, un horizonte. El problema es cómo puede aterrizar esa voluntad política en la realidad cruda que viven millones de peruanos que sufren sin agua, sin trabajo, con precaria educación y pavorosa desatención de salud; para ya no hablar de corrupción generalizada, de inseguridad ciudadana, enorme déficit de infraestructura, falta de desarrollo tecnológico, agro empobrecido, etc.

 

El país ha tenido un “desarrollo” desigual desde la Colonia y la República. La independencia no significó una revolución para los despojados; la industrialización no termina de llegar más allá de Lima. La mentalidad colonial, la exclusión y la huachafería alienante siguen vigentes. Teniendo tanta riqueza hemos avanzado a paso de tortuga, en comparación con otros países. Todo esto especialmente agravado en el mundo andino y amazónico, que a lo largo de la historia colonial y republicana han sido los que han pagado los platos rotos de la exclusión, explotación, despojo y abandono centenarios. El estado ausente es lo único en lo que sobreviven.

 

Si quisiéramos darle contenido a una voluntad de cambio (ya ni siquiera revolucionario, sino reformista) esta será imposible si no se reivindica al mundo andino y al amazónico; entendiendo además que el mundo andino se expande en toda la costa, especialmente Lima, por efecto del proceso migratorio que, a su vez, tiene su causa en el centralismo capitalino. En resumen: si no se construye gobernanza (que significa la construcción de la democracia horizontal); no será posible ninguna revolución, reforma o cambio sustancial en el Perú.

 

Seguramente que los “dueños sempiternos de la revolución” miran con celo mezquino la propuesta anunciada y la atacan furibundos con torpeza, en lugar de tomarle la palabra al Gobierno y proponer alternativas viables, reformas posibles y no solo demagogia plena de verborrea e históricamente desfasada. Mientras, de su lado, la derecha mercantilista desprecia la propuesta de cambio, la ningunea y prefiere concentrar su atención en su plan meramente electorero, con miras a las elecciones locales y regionales y las generales del 2021.

 

Un país fracturado como el Perú requiere mirar al Ande y la Amazonía, donde está concentrado el desgarro histórico. A la prédica política de Revolución Social formulada por la premier, hay que hacerla aterrizar con una potente movilización popular, de tal modo que no quede en puro discurso. El Gobierno se ha señalado una meta ambiciosa y revolucionaria: “En el Gabinete estamos comprometidos a ponernos del lado del ciudadano, para entender su realidad, comprender su historia, sentir su necesidad y atenderla con eficiencia”.

 

Hagamos del Gobierno un esclavo de sus palabras y empujemos la Revolución Social propuesta; transformemos al país, explotemos su riqueza y diversifiquemos la producción. Y si no logramos “cerrar definitivamente las brechas” históricas, como expresa entusiastamente el discurso, al menos sentemos las bases de una patria más desarrollada, económica y socialmente diferente a lo que vivimos. Busquemos llegar al Bicentenario con menos asimetrías, derrotando la pobreza y exclusión que cabalgan en gran parte del país, y que son caldo de cultivo para alternativas aventureras, de propuestas políticas hechizas y puramente electoreras, cuando no violentistas. Que los que callan sean dueños y responsables de sus silencios.



Edgar Villanueva

Édgar Villanueva
13 de octubre del 2017

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