¿Enemigos o contendores?

Sobre la visión guerrerista de la política y la unidad de nuestra nación.

El congresista Santiago Gastañadui ha dicho que él y su partido sienten que se está haciendo un cargamontón contra la señora Nadine Heredia para liquidarla políticamente. Tal vez haya algún exceso por ahí, pero lo que sí es una verdad maciza es que la Primera Dama está cosechando como tempestades los vientos que ella y su esposo sembraron al convertir el terreno político en un campo de batalla.

Desde que asumió el mandato de la Nación, el comandante Ollanta Humala se esforzó en polarizar al país, satanizó a la oposición y promovió una persecución sin tregua, política y judicial, contra sus “enemigos políticos”: el Apra y el fujimorismo. No las emprendió contra Solidaridad Nacional porque necesita sus votos en el Congreso.

Haber sido formado en un hogar de padres comunistas ha sido sin duda determinante para que Ollanta Humala entienda la política de esa manera. Si hubiese tenido una formación democrática habría aprendido que la política se creó precisamente para que los hombres concilien sus intereses a través del diálogo, el acuerdo y los contratos sociales, en vez de matarse por el poder.

Lamentablemente, no solo Humala tiene una visión guerrerista de la política que ve al competidor como si fuera su enemigo. Es una de las peores herencias coloniales que recibimos y que nos ha impedido construir una identidad nacional. En la Colonia, se usaba la Santa Inquisición para perseguir y quemar vivos a los enemigos del poder, acusándolos de herejía. Sendero Luminoso es la máxima expresión de esa manera de entender la política. Y la cacería indiscriminada de fujimoristas en el 2000 fue otro capítulo negro.

Pero es injusto atribuirle esa conducta solo a Humala pues casi todos los partidos políticos que he conocido actuaban de esa manera, con la intolerancia por delante. “Dirimían” sus diferencias con cachiporras, cadenas y manoplas, y para tan singular “debate” tenían sus especialistas: el Apra sus “búfalos”, Acción Popular sus “coyotes”, el PPC sus “chitos”, el Partido Comunista su “guardia obrera”, etc.

¡Ay de aquel que osara entablar diálogo civilizado con un “enemigo”! Sin compasión era echado a la hoguera política-ideológica con el sambenito de “traidor del pueblo”. La propaganda se encargaba de satanizarlo por doquier. Es lo que hizo la izquierda, por ejemplo, con Víctor Raúl Haya de la Torre o Ramiro Prialé cuando, para evitar guerras civiles, llegaron a acuerdos con Manuel Odría o Manuel Prado.

Hoy la política es asumida de otra manera. Entre los demócratas se reconocen como contendores que aceptan con hidalguía la victoria del otro. La enemistad quedó atrás. Los únicos que se resisten al cambio aquellos que han asumido la política como una religión o para cobrarse revanchas personales.

¿Cómo y cuándo se produjo este cambio? En mi opinión cuando los líderes democráticos se dieron cuenta que compartían la misma visión de desarrollo, es decir que no había diferencias profundas entre ellos. Esa visión está plasmada en el modelo económico que incubó la nueva clase media y redujo la pobreza y la desigualdad como nunca antes.

El otro factor de unidad es el compromiso con el sistema democrático que garantiza las libertades fundamentales. Ambos elementos, modelo de desarrollo y democracia, están instituidos en nuestra Constitución.

Esta realidad explica porque quienes quieren liquidar el modelo económico y el sistema democrático recurren a la mentira para construir  relatos que atizan el pánico y la violencia en la población. No se atreven a cuestionarlos abiertamente ante la ciudadanía.

Pero falta mucho todavía para acabar con la pesada herencia cultural que hace que entre peruanos nos veamos como enemigos. A esa gran parte de la clase política que ha avanzado le toca ahora trabajar duro para que el espíritu democrático se impregne en la sociedad desde los hogares y las escuelas. Solo así tendremos una nación unida y fuerte.

Por Víctor Robles Sosa

09 – Jun – 2015