Jorge Morelli

Enemigos íntimos

Enemigos íntimos
Jorge Morelli
07 de septiembre del 2016

Alan García es un factor de estabilidad política en el país

“Memory brushes the same years”.

Paul Simon

Con el paso del tiempo, nuestros antiguos adversarios políticos terminan por ser los únicos con quienes compartimos recuerdos de épocas pasadas. Son nuestros enemigos íntimos. Algo así nos ocurre a quienes pertenecemos a la generación de Alan García. Deben ser decenas, si no cientos, las columnas de opinión que a fines de los ochenta escribí criticando duramente su falta de decisión para asumir la responsabilidad política de la lucha contra el terrorismo, y haber dejado al país en la estacada de la hiperinflación generada por su gobierno. Y, sin embargo, fue honesta su enmienda cuando veinte años después regresó al gobierno; y sincero, aun si no hubiese sido del todo exitoso, su empeño en desandar el desastre al que arrastró al país consigo.

Somos de la misma edad, aproximadamente, y lo recuerdo bien cuando tenía apenas 17 años y, en la fila del examen médico de los cachimbos de la Católica, en la cola, este personaje flaco, largo y con patillas lanzaba proclamas apristas y anunciaba que él sería presidente del Perú. No traté con él durante la primera mitad de los ochenta pese a que emulaba entonces a Manuel Ulloa, con quien hacía yo política. Su aire histriónico no había hecho sino crecer para cuando, en una famosa interpelación al premier, dejando su escaño bajó hasta el centro del hemiciclo del Congreso —desde donde Ulloa se dirigía al país— a interrumpirlo para la foto y el aplauso de la galería. Ulloa lo miraba con benevolente ironía.

No había perdido nada de su aire histriónico para cuando ganó por primera vez la presidencia de un país engañado. Pero lo vi entonces en las bodas de plata de Expreso, en cuya recepción, de un extremo al otro del salón, le lanzó a Ulloa la pregunta de si en verdad tenía dinero, como decían. Veinte años después, siendo presidente por segunda vez, lo saludé en una única ocasión, después de los ríos de tinta y los años. Con el tiempo creció en él una vocación —que le viene quizás de su padre, del aprismo o de su padre adoptivo, Víctor Raúl— por la historia de nuestra patria común.

Sin nada que perder ya, dejando de lado toda precaución o cálculo político, Alan García ha dicho hoy que el suyo es “el partido de los cholos del Perú, pero los cholos iluminados por una fe, unidos, trabajadores manuales e intelectuales vinculados por una esperanza; y no esos cholos advenedizos que de pronto aparecen y se van con los bolsillos llenos de ‘ecotevas’”. Ha sido duro, pero creo entender lo que quiere decir con eso. No es, en realidad, sino lo que pensamos todos de los improvisados que se encaramaron al poder y solo fueron huacos falsos. Uno no puede evitar la sensación de que García es libre al fin de decir lo que en verdad piensa y de pensar lo que en verdad siente.

Ulloa me dijo el día que cumplió sesenta años que esa es precisamente la clase de sinceridad que nos llega cuando, siendo uno —al cabo, para bien o para mal— lo que es o ha sido, no tiene ya explicaciones que dar y queda libre por fin de las falsas actitudes. Tal vez es eso lo que la irónica mirada de Ulloa —hombre de sesenta años entonces— vio en ese muchacho de treinta en el hemiciclo. Lo mismo acaso que García ve en otros jóvenes de hoy, que lo desafían tocados por la misma ambición cerril e indomable, cuya ebriedad lo llevó a él al extravío; un extravío del que lo trajo de vuelta solo el aprendizaje del Perú de sus mayores y el anhelo de un mejor futuro para su patria.

Tal vez Alan García se esté despidiendo de la política. Pero hoy, que al fin es un factor de estabilidad en el país y mejor persona que nunca antes, es precisamente cuando el país tiene necesidad de que siga adelante. Lo sabemos sus adversarios de entonces, que repasamos los mismos años en la memoria buscando igualmente el significado de nuestros pasos.

 

Jorge Morelli

@jorgemorelli1

jorgemorelli.blogspot.com

 
Jorge Morelli
07 de septiembre del 2016

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