Luis Cáceres Álvarez

En carne propia

En carne propia
Luis Cáceres Álvarez
09 de septiembre del 2016

John Hersey, pionero del periodismo narrativo

Se publicó mucho antes que los libros Operación masacre (1957) del argentino Rodolfo Walsh y A sangre fría (1965) del estadounidense Truman Capote, estandartes del llamado periodismo literario. El 31 de agosto pasado se conmemoraron los 70 años de un reportaje que ha sido considerado como uno de los escritos claves en la historia del periodismo: Hiroshima del chino-estadunidense John Hersey (1914-1993). Un artículo de 30,000 palabras para la revista The New Yorker que tuvo gran impacto porque ayudaba a comprender qué les había sucedido a los habitantes, en aquella ciudad, con el lanzamiento de la primera bomba atómica el 6 de agosto de 1945.

Hersey viajó a Japón en mayo de 1946, donde investigó e hizo entrevistas durante tres semanas. Regresó a Estados Unidos hacia fines de junio. Con ese material comenzó a escribir acerca de qué hacían antes y cómo vivieron después del impacto seis sobrevivientes: un sacerdote jesuita alemán (Wilhelm Kleinsorge) y cinco japoneses: tres hombres (el reverendo Kiyoshi Tanimoto y los doctores Masakazu Fujii y Terufumi Sasaki) y dos mujeres (Hatsuyo Nakamura y Toshiko Sasaki). 

La descripción de los detalles, datos y diálogos es rigurosa como los principios de la arquitectura japonesa; pero al mismo tiempo, con su precisión y su ética emociona, porque uno imagina todo el horror y sufrimiento de los hibakushas—término para referirse a quienes se habían salvado—podría volver a pasar en cualquier momento. Los próximos periodistas deberían estudiar este ejemplo. Es bueno aprender la manera en que cinceló cada oración de sus 150 páginas. Pocas, frente a los voluminosos libros de muchos cronistas, ambiciosos y soberbios, que pierden la humildad al publicar sus obras. 

Hersey pertenece a la estirpe de los “periodistas narrativos”; un “antecedente remoto”, como lo llamó Tom Wolfe, quien difundió y sentó conceptos de este “nuevo periodismo”. “¿No me podían haber llamado abuelo, que suena menos prehistórico?”, se quejaba el autor de Hiroshima con algunos representantes de este movimiento de los años sesenta y setenta. Él decía que Truman Capote, Normal Mailer y Tom Wolfe a la cabeza “adornaban” sus escritos para hacerlos más relampagueantes. Y Capote lo enfrentó diciendo que su publicación tenía partes “simples” y “puros hechos”.

Cuando Svetlana Alexiévich recibió el Premio Nobel de Literatura 2015 por sus trabajos de no-ficción, dijo en su discurso cómo debería ser un periodista: “Alguien que recoge palabras, frases, exclamaciones que disparan historias reales, porque todo lo relatado debe ser real”. Y enfatizó que ella se considera “una mujer-oreja”. Años y lugares distintos, pero la misma pasión y misión. Hersey en Hiroshima, Alexiévich en Chernóbil. Ambos combinaron sus experiencias como corresponsales de guerra, las herramientas que otorga la literatura y las catástrofes nucleares. Los unen no solo los efectos de la radiación en los cuerpos, sino también la investigación profunda. Ellos descendieron al infierno para evitar desgracias y retomar el camino al paraíso.

La mítica Saturday Review of Literature, una de las mayores revistas especializada en crítica de Estados Unidos, afirmó: “Todo el que sepa leer, debería leer este libro”. Hiroshima no fue un resplandor silencioso, sino una estruendosa pregunta para el mundo: "¿Qué consecuencias tienen nuestros actos?"

Por: Luis Cáceres Álvarez

Luis Cáceres Álvarez
09 de septiembre del 2016

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