Jean Maninat

En busca del magnicidio perdido

En busca del magnicidio perdido
Jean Maninat
12 de diciembre del 2014

Sobre la eterna denuncia de intentos de asesinato de Nicolás Maduro          

En los últimos 15 años, el gobierno venezolano ha denunciado más de 60 intentos de magnicidio, en conjunto, en contra del difunto presidente Hugo Chávez y del actual  presidente Nicolás Maduro. Recientemente, para variar, en tiempos de crisis, se denunció un intento más.

Debe ser difícil ser presidente de un país en el cual, en cada esquina, hay un asesino encubierto esperando el menor descuido de los infinitos círculos de seguridad para atentar contra su integridad física. El mundo que lo rodea es una acechanza insomne, siluetas encubiertas en la oscuridad a la espera de su momento de gloria: ¡Buh! Darle un susto de marca mayor al primer mandatario.

Los idus de marzo convertidos en opera bufa para divertirse en palacio, o conveniente excusa para encerrarse en… palacio y no ver lo que está sucediendo en las calles del país: las largas filas de gente esperando horas para adquirir los productos básicos a los que tiene derecho, o para retirar sus muertos de la morgue. Pero cómo exigirle más a un gobernante que enfrenta una guerra económica dirigida contra él desde todos los centros terminales del sistema nervioso capitalista. Máxime ahora que la conjura de los poderosos le pulsó el botón de sótano al petróleo y luego de raspar todo lo que había por raspar, surge como respuesta hipotecar el país por pedacitos, como la lotería de fin de año, a ver si se llega al año entrante jadeando, pero en llegando.

Es una labor ingrata. Uno puede imaginarse a los presidentes reunidos en uno de tantos eventos de UNASUR jugándose a piedra, papel o tijera, tras bambalinas, a quien le tocaría la desdicha de sentarse al lado del amenazado gobernante en la cena oficial, y compartir codo a codo la comida y el inminente atentado tantas veces anunciado. No digamos si en un gesto de caballerosidad le ofrece a alguno/alguna de sus pares partir de regreso al hotel en su carro oficial para “discutir en el camino unos asuntos de mutua importancia”. No ché gracias mil, obligados, siempre tan atento. “Seremos boludos a ver si explota el auto” pensarán para sus adentros. Es, como ven, una vida solitaria, pero también agitada, obligado, como está, a espantar a toda hora el puntito infrarrojo que le revolotea, como un insecto impertinente, en la cara  y el pecho. ¿Cómo concentrarse en una alocución y no dejar escapar dislate y medio, ante tanto asedio?

Pero concordemos que tiene cierto caché, no hay héroe revolucionario cuya vida no haya estado amenazada desde las penumbras del imperio. Su ídolo y maestro caribeño ha contabilizado miles de atentados. Todo bicho viviente puede ser un arma letal del imperio: las langostas que gustaba tanto pescar y degustar con sus amigos intelectuales y políticos latinoamericanos y europeos, por eso se las hacía probar primero a ellos; las vacas Holstein que compró para cruzarlas con ganado cebú, nunca bebió de los chorritos de leche exangües que brotaban de sus ubres experimentales.  Pero nada como los libros, la palabra, el trazo libre de una caricatura, allí traman todos los homicidas sus conjuras, allí se afinan las miras telescópicas. Ningún proyectil más certero que la libertad de expresión. Por eso, para evitar el trauma nacional de un magnicidio, hay que suprimirla.

Ah, pero en medio de las tribulaciones, sentirse perseguido tiene sus ventajas: todo y todos están bajo su sospecha. Tras la inseguridad, la inflación, la escasez, el astrodólar, la insatisfacción creciente y la popularidad que desciende entre los suyos a ritmo de precio de petróleo, se esconde un magnicidio. En cada opositor habita un magnicida. Toda nueva elección anuncia un magnicidio. En las fronteras, en los aeropuertos, en las procesiones religiosas, en los bautizos y matrimonios, divorcios y reconciliaciones, en los juegos de pelota, en los espectáculos musicales, en las obras de teatro y los cines, las bibliotecas y universidades, automercados y peluquerías, los despachos públicos y las fábricas que aún quedan funcionando, se agolpan millones de magnicidas sin más armas que su apuesta por un cambio pacífico, electoral y democrático.

Hoy el gobierno imputa a unos líderes y activistas de la oposición venezolana, antes hubo otros, y más tarde o temprano se inculparán entre ellos mismos. La búsqueda del magnicidio perdido requiere víctimas propiciatorias para calmar el miedo.

Por Jean Maninat (@jeanmaninat)
12 - dic - 2014

Jean Maninat
12 de diciembre del 2014

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