Octavio Vinces

Elogio de la creatividad discreta

Elogio de la creatividad discreta
Octavio Vinces
14 de octubre del 2014

Reflexiones sobre grandes escritores que nunca recibieron el Nobel de literatura

El jueves de la semana pasada la Academia Sueca anuncia que el escritor francés Patrick Modiano ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, y es casi inevitable recordar algunos nombres esenciales que jamás merecieron semejante reconocimiento: Lev Tolstoi, James Joyce, Franz Kafka, Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, Rainer Maria Rilke, Marcel Proust, Thomas Bernhard, James Conrad, Fernando Pessoa, César Vallejo, Virginia Woolf.

No se trata de una lista exhaustiva, tan sólo de los primeros nombres que vienen a la mente de quien escribe estas líneas: autores que tuvieron suertes muy diversas durante sus vidas, en términos de difusión y trascendencia. Algunos de ellos fueron considerados verdaderos personajes de culto, mientras que otros apenas llegaron a ser publicados o incluso vivieron bajo la sombra del anonimato.

Dora Diamant cumplió con femenina devoción la última voluntad de su amado Franz Kafka, y luego de la muerte de este destruyó todos los manuscritos que quedaron bajo su posesión y cuidado. De no haber tomado Max Brod la decisión de desoír las indicaciones de su amigo y conservar los manuscritos de las obras que hoy conocemos, Kafka habría pasado totalmente al olvido, como él mismo lo había pretendido. Entonces, ni Gregor Samsa ni Pedro El Rojo formarían parte del acervo literario de Occidente. ¿Pero habría esto anulado el singular valor de la obra de este solitario y atormentado abogado de Praga?

Para Walter Benjamin el valor «cultual» de una obra de arte se fundamenta más en su existir, que en su capacidad de ser expuesta. Existen creaciones destinadas a no ser divulgadas ni conocidas, pero cuyo valor estético está circunscrito a su misma existencia o, a lo sumo, a una finalidad aislada o caprichosa. Nadie debería dudar que la Divina Comedia seguiría siendo un poema admirable, aun cuando sólo hubiera sido leído por Beatrice Portinari. O que la poesía de Emily Dickinson sin la intervención de su hermana Lavinia, quien la clasificó y difundió luego de su muerte, sería la magnífica expresión de un universo personal y único desarrollado entre las cuatro paredes de una habitación en Amherst, Massachusetts.

En un mundo que parece valorar la sobreexposición por encima de todas las cosas, el Premio Nobel puede ser la publicidad perfecta. O, en otras palabras, el impulso ideal para que una obra discreta en ventas comience a ser demandada con fruición, incluso por aquellos que nunca llegarán a leerla. Ante esta realidad innegable, podría pensarse en la necesaria existencia de miles de obras que jamás serán difundidas. Narraciones que buscan la propia distracción, la catarsis o el consuelo. La carta que describe las sensaciones producidas por el paisaje de la ciudad recién descubierta. Los versos enamorados que sólo habrán de existir para la musa que los ha inspirado.

Por Octavio Vinces

(14 - oct - 2014)

Octavio Vinces
14 de octubre del 2014

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