Eduardo Zapata

El tío Donald

El tío Donald
Eduardo Zapata
17 de marzo del 2016

El ascenso del candidato Trump

El tío Donald fue y sigue siendo un entrañable personaje. Pero en el contexto de la política internacional –y ante muchas suspicacias nacionales respecto a esta afirmación- tal vez convenga adelantar que lo de “entrañable” está referido al personaje de Walt Disney. Al simpático pato y sus sobrinos.

En los sesentas, el análisis marxista del comic que protagonizaba el buen y renegón pato nos lo mostraba como representante de una clase explotada por explotadores encarnados en el inescrupuloso Tío Rico Mac Pato.

Pero he aquí que irrumpe otro Donald en el imaginario colectivo. Se desenvuelve en el mismo tipo de sociedad. Pero que siendo también renegón, no es precisamente entrañable. Quizás -y en gran medida para algunos- porque este Donald no pertenece al mundo de los explotados, sino más bien a aquel asociado con el Tío Rico: el mundo de los explotadores. Y al leer invectivas a veces poco analíticas sobre Donald Trump pareciese que muchos de sus suscriptores leyeron muchos comics en su infancia y censuran a Trump por haber roto la ilusión maniquea encarnada en el nombre Donald.

Saludable resultará dejar de mirar a Trump en este juego de asociaciones maniqueas. Saludable será dejar de verlo solo como el representante blanco del millonarismo explotador. Porque su posicionamiento y el posicionamiento de su discurso en el electorado norteamericano nos obliga a mirar a Trump menos como un anti héroe y más como expresión de la insatisfacción de los electores respecto a la representación política. Más cercano de lo que pensamos, entonces, de movimientos de hartazgo “representativo”, como los disímiles Podemos en España, Le Penn en Francia o los movimientos neofascistas de toda Europa.Más cercano a ello que de la fácil invectiva que etiqueta a Trump de xenófobo.

Para detener a Trump, sus opositores –y el sistema mismo- han tenido que recurrir a la presión internacional. Se ha invocado lo “políticamente correcto” y el “qué dirán” para censurarlo desde fuera. Todo lo cual no debe ocultar el significado de la irrupción de este personaje.

El hecho concreto es que este tío Donald –malo en comparación con el de Walt Disney- ha sabido expresar (y apropiarse para sus fines) lo que una enorme masa silente de electores no se atreve a decir. Ha sabido expresar lo que muchos de los que se dicen representantes políticos en los Estados Unidos no se atreven. Precisamente por candados supuestamente morales y una gran presión mediática de lo “políticamente correcto”. Que al no funcionar plenamente ya al interior del tejido norteamericano ha obligado al establishment político, a aquellos que quieren seguir viviendo en la negación, a buscar el apoyo de la censura internacional.

Ciertamente, Trump tiene un discurso que sobrecoge. Ciertamente lo suyo es un extremismo peligroso. Ciertamente él –con habilidad- ha metabolizado en su propuesta discursiva mucho del pensar y sentir de electores hasta ayer silentes. Y cierto es que estos inputs motivacionales él los ha recogido como justificación de un radicalismo extremo y externamente atrabiliario.

Decíamos que hay que mirar a Trump como expresión de aquellos que fácilmente pueden convocar la insatisfacción de los electores respecto a la representación política establecida. Cuyo discurso ha sido aherrojado por la presión de lo políticamente correcto. En esa misma línea hay que mirar a Trump menos vinculado al Tío Rico y más vinculado al surgimiento de movimientos disímiles como los Podemos o los neofascistas.      

Eduardo E. Zapata Saldaña

 
Eduardo Zapata
17 de marzo del 2016

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