Victor Andres Belaunde Gutierrez

El terror y los fatuos

El terror y los fatuos
Victor Andres Belaunde Gutierrez
13 de enero del 2015

La estrategia del fundamentalismo islámico para someter a los pueblos

Mientras la resaca de las celebraciones del año nuevo amainaba, el islamismo nos regaló nuevos horrores. Son tan frecuentes que nos hemos acostumbrado a ellos.

El Estado Islámico decapita y secuestra por doquier. Convierten a mujeres y niñas en esclavas sexuales. Degüellan a sus prisioneros y filman el espectáculo como propaganda. Voluntarios se unen a la causa cambiando las delicias de una Europa post moderna por el rigor del desierto iraquí y la excitación de matar y violar.

En Nigeria, Boko Haram hace lo mismo. Centenares de escolares raptadas meses atrás siguen secuestradas. Los hashtags de la señora de Obama, del Primer Ministro Cameron y de otras luminarias pidiendo el regreso de las niñas quedan reducidos a un vergonzante despliegue de fatua inutilidad.

El señor Obama, Presidente de los EE.UU., proclama que los perpetradores de estos horrores no son islámicos (¿?). No importa que se auto identifiquen como tales y que invoquen a Mahoma y al Corán en cada uno de sus actos. Son sólo unos desadaptados, tan torpes como maniáticos y no hay que estigmatizar.

Muchos la consideran frívola e insensata la manía de un sector de la intelectualidad de denostar religiones; pero ya poco importa. Me explico:

En un interesantísimo artículo publicado en el Wall Street Journal, Ayaan Hirsi Ali (valerosísima mujer somalí, activista contra el extremismo islámico) comenta el libro "El Concepto Coránico de Guerra", escrito por el general paquistaní S.K. Malik.

Según Malik, la clave de la victoria y de la estrategia coránica de guerra es golpear el corazón mismo del alma humana. Agrega que la mejor forma de lograrlo es mediante el terror. Así, el terror "no es el medio para imponer un desenlace, sino el desenlace mismo".  Esta es la lógica perversa que tiene al mundo entero amedrentado y que difiere poco de lo padecido por los peruanos a manos de Sendero Luminoso.

La resistencia de Obama a llamar las cosas por su nombre es un ejemplo de este acobardamiento (sumado a una cierta frivolidad intelectual). Otro es el de la Universidad de Brandeis en Nueva York, que canceló una conferencia de Ayaan Hirsi Ali por presiones de grupos que la acusan de "islamófobica".

Esta valerosa mujer hace campaña contra la mutilación genital femenina y el matrimonio forzado de niñas, pero los discípulos de Malik no quieren que se hable de ello (e, irónicamente, las feministas tampoco).

Pero ¿qué podemos hacer al respecto?

Primero: No dejarse amedrentar. No debemos aceptar vetos sobre lo que podemos hablar y decir en periódicos, calles y universidades. Este autor preferiría que se guarde respeto por las religiones, pero, francamente, ahora sólo nos queda defender el derecho de los insensatos a ofender.

Segundo: Llamar a las cosas por su nombre. El terrorismo islámico no es cualquier forma de extremismo sino una forma particular de violencia enmarcada dentro de un sistema teológico.

Tercero: Entender que el extremismo islámico es un cáncer que sólo será extirpado cuando los musulmanes así lo decidan, sin perjuicio de las dimensiones militares de esta lucha, ineludibles para las principales potencias.

Cuarto: Aceptar que enfrentamos una amenaza existencial que aspira a someter a la Tierra entera.

Pero, sobre todo, mientras no llamemos a las cosas por su nombre, mientras caigamos en frívolas racionalizaciones, el islamismo violentista seguirá avanzando, venciendo a nuestros espíritus y apoderándose de nuestras almas; cumpliendo el derrotero de Malik.

Y poco podrán hacer los musulmanes de buena voluntad al respecto.

Por Víctor Andrés Belaúnde Gutiérrez

(13 - Ene - 2015)

Victor Andres Belaunde Gutierrez
13 de enero del 2015

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