Victor Robles Sosa

El rollo se acabó

El rollo se acabó
Victor Robles Sosa
07 de octubre del 2014

¿Habrá en el 2016 otra competencia electoral entre “decentes” y corruptos”?

Con la derrota aplastante de la izquierda villaranista en Lima parecen esfumarse las aspiraciones presidenciales de Susana Villarán para el 2016, -aunque ya sabemos que no hay muertos en política-, pero lo que más deben estar sintiendo hoy los integrantes de ese sector político es constatar que se les agotó el discurso político que les permitió venderse en la sociedad como un “referente ético ciudadano”.

Ese discurso no solamente ha sido el eje  de la campaña electoral que ha terminado, sino del  accionar político cotidiano, desde hace más de una década, de la izquierda social y económicamente incluida que encarna Susana Villarán De la Puente, para descalificar a sus críticos y opositores, llamándolos “corruptos” desde el púlpito de la “decencia”.

El discurso derrotado es además el principal componente del antiaprismo y del anti fujimorismo que algunos candidatos levantarán sin duda en las presidenciales del 2016 para ganarle a Keiko Fujimori y a Alan García. La pregunta que emerge sola es: ¿Si la estrategia de dividir a los electores entre “honestos” y “corruptos” ha fracasado de manera estrepitosa con Castañeda, por qué tendría que funcionar con Keiko o García?

Lo sabremos en su debido momento, pero mientras tanto, hay algunos hechos que nos invitan a reflexionar al respecto. El primero es que ya en los procesos electorales anteriores se recurrió a ese discurso para descalificar candidatos; de hecho fue decisivo para que un sector del electorado votase a favor de Ollanta Humala o mejor dicho en contra de Keiko, el 2011. El segundo hecho es que hasta ahora nadie se atrevió a cuestionarlo..

Lo primero nos indica que el algún momento la supuesta superioridad ética de la izquierda villaranista y sus aliados tuvo una influencia efectiva sobre los electores en los comicios del 2011. Esta postura se vio reforzada por otro hecho importante: el escritor Mario Vargas Llosa la hizo suya y la refrendó en muchas declaraciones durante aquella campaña.

Y el segundo hecho nos dice que un sector mayoritario de la sociedad asumió entonces sin cuestionamientos que  la “decencia” de unos y la “corrupción” de otros eran verdaderas y, por lo tanto, el acto electoral del 2011 pasó de ser un acto político a uno de afirmación ética.

En esta elección las cosas han sido distintas. Hubo un debate en los medios y en la sociedad sobre la pertinencia y corrección de dividir a los electores en algo así como “puros e impuros”, y la discusión derivó, inevitablemente, en la necesidad de constatar si en verdad los “honestos” eran lo que decían. Allí se cayó el discurso.

Al hacerse la constatación, surgieron varias preguntas. ¿Se puede proclamar la decencia protegiendo a Alejandro Toledo del escándalo Ecoteva? ¿Se puede proclamar honesto quien protege a presuntos corruptos de la Caja Municipal de Crédito; o se calla ante las tropelías de Alexis Humala, o regala dinero de la Municipalidad en pasajes gratuitos para conseguir votos?

De otra parte, esa racionalidad tampoco sirve para explicar el resultado de las elecciones. Como bien dice el profesor Jorge Nieto, atribuirle a la gente una racionalidad corrupta por haber votado mayoritariamente en contra de uno es NO entender lo que ha pasado.

Todo indica que, si la izquierda villaranista y sus aliados logran levantarse del suelo y encuentran un candidato para el 2016, les será difícil desempolvar el viejo recurso de convertir la campaña en una competencia entre “decentes” y “corruptos”. El rollo se les acabó. Tendrán que hallar otra forma de hacer antiaprismo y antifujimorismo.

Por Víctor Robles Sosa

7 - oct - 2014

Victor Robles Sosa
07 de octubre del 2014

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