Marco Sipán

El populismo, una vía para la Izquierda

El populismo, una vía para la Izquierda
Marco Sipán
20 de octubre del 2016

En Latinoamérica ha tenido como eje central la definición de pueblo

Lo que se suele llamar populismo, satanizado por la ciencia política occidental, mantuvo la hegemonía, en su versión izquierdista, en América Latina por más de una década. Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y los Kirchner son sus exponentes más importantes, con diversas y diferentes características de liderazgo cada uno y con diferente grado de efectividad al alcanzar sus objetivos.

Pero ¿qué tan cierto puede ser que existan populismos de izquierda o derecha? ¿Por qué simplemente no existe “el populismo”? Porque no se trata únicamente de un estilo de gobernar. Alguien no se vuelve populista por la exageración del uso de una retórica demagógica. El populismo es una lógica política que permite formar identidades colectivas, que construye el sentido de lo político durante un periodo y que tiene que ver mucho con las condiciones sociales que permiten la constitución de un proyecto político de tales características.

Los estudios sobre populismo, a raíz de los nuevos fenómenos latinoamericanos en el presente siglo, han dado un giro y ahora lo abordan a partir de la relación entre el contexto social (situación populista) y las capacidades carismáticas de los líderes populistas. Se han descubierto así mecanismos, retóricas, modalidades, identidades y proyecciones que integran el fenómeno y que van más allá de los enfoques liberales tradicionales.

Los populismos latinoamericanos de izquierda han permitido ver lo abstracto de la definición de “populismo” (a secas) a la hora de definir las imágenes que presenta el fenómeno en cada lugar específico. Además han sido una fuerza fundamental en la democratización del continente y en la incorporación simbólica y efectiva de los sectores populares que se encontraban excluidos, tanto política como económicamente, de los sistemas democráticos de cada país, que permanecieron cerrados por décadas. La ampliación del acceso a derechos como salud, educación, trabajo y vivienda ha sido, en esta última década y a nivel continental, el más alto de todos los tiempos. Derechos fundamentales que la política neoliberal debió garantizar a la población, pero que no pudo.

Y aunque los marxistas tradicionalistas no les guste hablar de identidades políticas —porque creen que no es prioritario, por ser algo “supraestructural”—, es evidente que ninguna clase social asiste a lo público, ni participa de la dinámica política como tal. Fraccionadas y desperdigadas asisten a través de diferentes y diversas organizaciones como gremios, partidos, asociaciones, instituciones, comunidades, ONG; o ejerciendo su ciudadanía de manera individual. Esta ausencia de desarrollo teórico sobre el ámbito de la política dentro de la producción marxista, y en especial sobre los recursos y los productos del poder, lo intentó llenar Gramsci, quien explicó que el objetivo que debe alcanzarse para garantizar la victoria en la batalla política, es tener la hegemonía. Hegemonía entendida como una fuerza cultural que pueda expandirse y producir el sentido sobre lo político para la mayoría de la población, que se manifiesta en lo cotidiano y que genera la acción política que produce la construcción de lo social.

Según la interpretación que hace Ernesto Laclau, el populismo es un proyecto constituyente de sentido, y los cambios progresistas en la sociedad pasan por la constitución del pueblo como su actor protagónico. Los procesos populistas latinoamericanos han tenido como contenido central de su enunciación la definición de pueblo. Un ejemplo claro son los eslóganes utilizados en las campañas electorales: Chávez corazón del pueblo, Evo somos todos, entre otros.

Íñigo Errejón propone que el movimiento populista se basa en el entendimiento de quién es el “enemigo” del pueblo, y es en esta constitución del sentido en la que incursiona lo ideológico. Es decir, son proyectos populistas de izquierda los que constituyen como enemigo del pueblo a la elite en el poder; y serían proyectos populistas de derecha los que intentan enfrentar a una parte del pueblo contra otra parte, contra el migrante externo u otro sector subalterno. Por lo tanto un proyecto populista es un proyecto que busca una nueva hegemonía.

En condiciones en que lo político entra en crisis y las representaciones políticas tradicionales dejan de ser creíbles, la emergencia de proyectos populistas resulta inevitable. En el Perú es claro el momento de crisis de representación actual, que se produce a través del sistema de partidos tal como está establecido. Y el fujimorismo fue el primero en intentar representar aquella parte de la población que desborda la política institucional, como quedó sorprendentemente claro en un primer momento de las recientes elecciones, con el apoyo electoral a Keiko Fujimori en primera vuelta. Pero debido a que el discurso de la candidata no puede ir contra su naturaleza neoliberal (proyecto que garantiza el poder para las elites económicas) queda mucho espacio por ganar.

Una propuesta como esta rompe la actitud derrotista que tienen muchos con respecto a la estrategia política para la izquierda en este momento. Algunos intelectuales de izquierda entendieron, luego de la caída del fujimorismo, que la recuperación de la izquierda pasaba por alcanzar acuerdos con el centro liberal para la defensa de la democracia. Más de una década después, esa actitud derrotista debe ser superada. Hay una situación social interesante, en la que una candidatura de izquierda carismática pueda alcanzar una representatividad masiva que supere los ámbitos de la izquierda misma y articule a diversos sectores en una relación directa que genere un avance contra-hegemónico. Pero eso debe ser conducido por alguien. ¿Cuál candidato de izquierda puede emerger como un líder populista? Gregorio Santos, Marco Arana o Verónika Mendoza. O quizá saldrá otro en último momento.


Marco Sipán

Marco Sipán
20 de octubre del 2016

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