Martin Santivañez

El pontificado de la moralina caviar

El pontificado de la moralina caviar
Martin Santivañez
13 de mayo del 2016

Sobre la doble moral de la izquierda

Una de las cosas más interesantes de nuestros progresistas es su fariseísmo político. Sabemos que el marxismo, como el liberalismo, es un sucedáneo, una triste copia, la margarina espuria de la religión. Pero allí dónde la religión reconoce la fragilidad de la naturaleza humana, los pontífices y las papisas caviares, falsos profetas de la cosa pública, se muestran incapaces de admitir la debilidad de su pensamiento y, por tanto, la inconsecuencia de sus acciones. Por eso todos los días los progresistas de la moralina caviar se niegan a sí mismos al traicionar sus propios juramentos bajo el prurito de la estrategia.

Uno de los deportes políticos por excelencia es rastrear el doble rasero de nuestros caviares, expertos en curvar la realidad para justificar porque un día apoyan a uno para al día siguiente apuñalarlo. Habría que recordar a la reserva moral del país que las personas decentes no traicionan con esa facilidad. Pero esta es una empresa imposible. Capturados por una soberbia maniquea, proclamando la infalibilidad de su activismo, nuestros pequeños heresiarcas caviares disfrazan la venganza de “lucha contra la corrupción”, mientras buscan silenciar a todos los que desafíen la tiranía del pensamiento único.

La soberbia suele jugar estas malas pasadas. Hasta hace unas semanas apoyaban a dos candidatos: Julio “antorcha” GUZMALA y Vero “agendita” Mendoza. Cuando sus dos caballitos se cayeron por sus propios errores (la prueba fehaciente de la estupidez política de Mendoza es la manera en que perdió ante Kuczynski, un Valium electoral) nuestros progresistas decidieron jugar la carta del antifujimorismo. Es imposible que un caviar juegue la carta tecnocrática por la simple razón de que carecen de tecnócratas capaces.

Los cuadros de la izquierda que asumieron el poder y se treparon al carro de los Humala han demostrado una incapacidad profunda para la gestión. Trivelli es el epítome de la inoperancia a nivel estatal. En teoría, los programas sociales, en manos de la supuesta izquierda tecnocrática, iban a convertirse en el gran legado humalista, a imagen y semejanza del lulismo. Pero el fracaso de Trivelli y con ella, de la crema y nata de la tecnocracia caviar, demuestra que el paso de intelectual a gestor no ha sido consumado. En la izquierda peruana sobran pensadores y faltan gerentes. Los pulpines del Frente Amplio babean más rabia e incapacidad que Susana Villarán.

Sin tecnócratas a la mano queda la política pura y dura. Por eso, nuestros caviares se aferran con uñas y dientes al discurso de la decencia. Ahora bien, esto se cae por su propio peso. Destruido el primer mito, el de la tecnocracia caviar, el segundo, el de las manos limpias, se diluye por las circunstancias. Que no son tecnócratas ya es bastante obvio. Pero que permanezcan callados ante alianzas antinaturales, ante el abuso y los escándalos de corrupción de su propia gente, denota su auténtica catadura moral. Esta es la ralea que persigue en las redes a los que no piensan como ellos. Estos son los falsos profetas de la moralina caviar, un sucedáneo, una triste copia de todo lo que es bueno en realidad. 

Por: Martín Santiváñez

Martin Santivañez
13 de mayo del 2016

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