Eduardo Zapata

El placer del espectáculo

El placer del espectáculo
Eduardo Zapata
14 de septiembre del 2017

Campañas mediáticas que generan desconfianza

Miles de peruanos amanecieron un día dudando de si la leche que consumían lo era o no. Una acción gubernamental de control creó una suerte de psicosis colectiva en torno a la debida denominación de un producto. A tal punto que ya no sabíamos si lo que ingeríamos era Pura Vida o tal vez hasta algo nocivo para nuestra salud.

Sin embargo —y por efecto del carácter invasivo de las comunicaciones hoy— la duda se extendió a la marca en su conjunto, a la calidad de sus insumos. Y entonces también hemos empezado a debatir y finalmente dudar de si el chocolate es chocolate, si la leche en polvo es leche y si el yogurt es yogurt.

El hecho concreto es que se erosionó la confianza del consumidor. Afectando no solo una marca, sino —por extensión— a todos los productos alimenticios formalmente producidos en el país. Dudamos desde entonces y hasta ahora de si las galletas son galletas, de si la harina integral es realmente integral y de si los productos “sanos” que creíamos consumir eran realmente benéficos.

Más allá de la bien intencionada intervención gubernamental, resultaba paradójica —y casi superestructural y “de lujo”— la frenética campaña mediática que se desató en un país donde la mayoría inmensa de los peruanos toman desayuno en carretillas que nadie jamás revisa y donde, en medio de nuestro caótico tráfico, se nos ofrecen productos siempre de dudosa procedencia. Las siempre extrovertidas redes sociales, pero también el sesudo periodismo profesional, contribuyeron a encender la pradera de la confianza.

Ya dudábamos de la honorabilidad de todos los políticos. Dudábamos también de la idoneidad de nuestros Congresos. Y hasta la actuación de unos ministros —y el mismísimo presidente— caía bajo la sombra de las sospechas y la duda. No sabíamos (como no lo sabemos aún) si algunas expresiones presidencial eran “humor inglés” o anatemas direccionados.

La comunicación de una política pública se convirtió así en un factor de autodestrucción de la confianza. De esa confianza que requerimos los peruanos a gritos en estos momentos difíciles. Pero las conductas autodestructivas no solo implican el daño explícito a uno mismo (como inferirse cortes o, en un extremo, suicidarse), sino también las conductas autodestructivas pueden ser motivadas por el placer (fumar, beber y hasta comer).

Lo que originalmente fue una acción gubernamental de control sanitario devino en una comunicación política totalmente inoportuna. Erosionante de la confianza que requería y requiere el Gobierno. Por satisfacer el placer del espectáculo —y ya hemos dicho que el placer puede ser también autodestructivo— los comunicadores terminaron por contentarse con el “éxito” de su campaña (de hecho, alguna gente presta transitoriamente más atención a la composición de los productos), aunque el precio a pagar por esa campaña afectase la gobernanza, al incentivar más dudas y desconfianza.

Pero así como un mal manejo de la comunicación política puede contribuir a la autodestrucción, circunstancias ajenas a la intencionalidad de la comunicación política gubernamental pueden constituir un antídoto. Si el Perú logra clasificarse al Mundial ciertamente recuperaremos confianza y autoestima, y eso repercutiría en la economía. Luego en diciembre vendrá la noche de paz y la noche de amor. Y en enero tendremos la visita papal. Confiemos en que los estrategas de la comunicación política del Gobierno sepan aprovechar esas pocas ocasiones de confianza que nos quedan.

Entendamos que aquello de “estamos trabajando bien, pero necesitamos comunicar mejor” resulta digerible solo para quien no entiende qué son la acción y la comunicación políticas.

 

Eduardo E. Zapata Saldaña

 
Eduardo Zapata
14 de septiembre del 2017

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