J. Eduardo Ponce Vivanco

El Perú en cuestión

El Perú en cuestión
J. Eduardo Ponce Vivanco
10 de febrero del 2017

La corrupción y la crisis institucional peruana

Sospechábamos, pero no sabíamos.  No imaginábamos que la corrupción fuera tan grande y viniera del “compañero Lula” y Dilma Rousseff. Sorprendió que naciera en el Partido de los Trabajadores que manipuló Petrobras y el BNDES a favor de las “emprenteiras” (ver mi artículo “El impacto regional de las izquierdas corruptas” 3/2/2017).  Brasil y EEUU son las fuentes principales de la información de Lava Jato, y sus sistemas de justicia manejan procesos estrictamente reservados.  Las filtraciones que pudieran darse en el Perú afectarían el flujo de datos esenciales para contar con  pruebas contra los culpables.

Se han escrito historias sobre la corrupción en el país, pero nunca la habíamos visto de cerca con tanta crudeza. La duda y la desconfianza – paralizantes de por sí - se han desatado, y muchos proyectos de desarrollo vitales están en suspenso.  La opinión pública, los políticos y los medios especulan, ensayan teorías y a veces hacen propuestas disparatadas.  

La confusión ha llegado a extremos. Los analistas más agudos condenan a la tecnocracia y reclaman la presencia de los políticos que hace poco eran vituperados. Se exige una reforma que fortifique los partidos. Pero éstos no se crean por decreto, ni siquiera con financiamiento público.  No vemos líderes capaces de resucitar partidos moribundos o dar credibilidad y consistencia a la pléyade de movimientos que aparecen en cada elección nacional o regional.  El “olón” brasileño debilita al antifujimorismo, pero Fuerza Popular no atina a dotarse, por ejemplo, de una ideología que le permita superar las limitaciones inherentes al caudillismo que lo ata a un solo apellido.

Se repite hasta el hartazgo que padecemos una crisis de institucionalidad, pero se socava a la Fiscalía y la función institucional que le corresponde en la cruzada contra la corrupción. La virulencia típica de la política peruana destruye lo que tenemos, aunque sea valioso.  ¿Quién recuerda los decretos legislativos que el gobierno se esforzó tanto en trabajar, y que constituyen un avance sustancial hacia la reforma de fondo que requiere la administración pública y la economía nacional? Nadie piensa en el fuerte impacto productivo que tendrán cuando sean aprovechados por la multitud de empresas medianas y pequeñas que son las principales generadoras del empleo nacional. Lo positivo no atrae al ojo público, concentrado siempre en los desastres de todo tipo.

A la espera de lo peor, el Perú se flagela como si quisiera agotarse en el castigo.  Ojalá que la penitencia no se transforme en profecía autocumplida, y que el shock que sufrimos sea el motor de la regeneración moral y política que nuestro país merece.  

Por J. Eduardo Ponce Vivanco

J. Eduardo Ponce Vivanco
10 de febrero del 2017

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