Luis Hernández Patiño

El Perú de hoy

Hace falta desatar al mercado para ponerlo a nuestro servicio

El Perú de hoy
Luis Hernández Patiño
09 de mayo del 2018

 

Nuestro país atraviesa por horas complicadas, más que difíciles, horas que me invitan a recordar el entorno de los años ochenta. En esa época la situación económica y política del Perú era ciertamente desastrosa, como consecuencia del primer gobierno del Apra; pero también, y particularmente, por la herencia de la nefasta dictadura que se inició en 1968. Es decir, hace 50 años.

¿Pero por qué pienso en esa época? Porque hasta hace un tiempo había la sensación de que aquellos años habían quedado muy lejos. Podía creerse, creerse siquiera, que ya estaban superados los traumas que aquella nefasta dictadura velasquista y el gobierno aprista nos dejaron como histórico legado. Había la ilusión de que lo entonces vivido no sería ya más que parte de nuestros recuerdos. ¡Y qué recuerdos!

Estudiaba sociología y llegaba tarde a mi casa, sin que me pudiese pasar por la cabeza la idea de que en la cocina me estuviese esperando un aparato, llamado horno microondas, listo para entrar en acción y calentarme la comida. Tenía que enchufarme lo que me habían dejado servido y tapado con una olla, aunque estuviese frío, pues ya todos estaban acostados a la hora de mi llegada.

Tampoco se me hubiera ocurrido pensar en la posibilidad de recurrir a un aparatito, como aquel al que le decimos “celular”, para avisar: “Me voy a demorar un poquito, por favor”, o “tengo hambre, así que déjenme un plato bien servido”. Hoy sí puedo hacer ese tipo de pedidos. Puedo llamar para otras mil cosas. Y resulta que si no llamo, de repente, me timbran para preguntarme: “¿Qué haces? ¿Y con quién estás?”.

Sin embargo, ello no implica que el Perú haya experimentado las transformaciones que requiere, y que merece. No me refiero solamente a lo económico, porque el crecimiento de la economía, como tal, siendo fundamental, no basta. Me refiero a los cambios que deberían darse en el campo de la educación y la salud, para así alcanzar el desarrollo.

Sobre el Perú, hoy tengo una pequeña impresión que no es distinta de la que tenía cuando estaba en la universidad. Por esos años (los ochenta) yo percibía que en términos objetivos el siglo XX no había venido a visitarnos. En todo caso, nos había pasado de largo, dejando entre nosotros solamente sus modas, algunos avances tecnológicos, ciertas facilidades, pero nada en cuanto a reformas políticas y económicas.

Lamentablemente, nuestro país hoy sigue viviendo anclado en la barbarie, al margen de la civilización. Somos el refugio de siglos que llegan a nosotros a destiempo, en una forma tardía, anacrónica. Y somos el cementerio de artefactos viejos, carros usados, estilos de vida, poses culturales, así como corrientes de ideas que la civilización occidental desechó hace rato; pero que aquí aparecen como si fuesen algo moderno, porque entre nosotros hay una atmósfera que propicia la sensación de que lo más retrógrada puede resultar lo más novedoso y hasta revolucionario.

En lo político, una muestra de ello la ofrecen los socialistas (aristócratas y pequeño burgueses) que se presentan entre nosotros como los campeones de la modernidad y de lo políticamente correcto. Tuvieron la posibilidad de reciclarse en nuestro país, criticando a la burguesía con el mismo desdén que lucían los nobles europeos del siglo XVIII. ¿Acaso entre nuestros socialistas no hay también, hasta ahora, un toque de despotismo clasista y racista? No me extrañaría que, en el fondo, para el subconsciente de algunos de ellos, el avance y enriquecimiento de los sectores sociales emergentes de nuestra realidad actual no sea otra cosa más que la gesta de una tira de “cholos horrorosos”. ¿Recuerdan esa calificación del personaje Patricia Pardo del Prado?

Pero no hablemos solo de los socialistas. Ahí también están sus amigos y a veces aliados: los mercantilistas de todos los tiempos pasados, que se aferran a nuestro Estado para medrar a su sombra. Los mercantilistas y los socialistas, unidos por oscuros intereses, pretenden seguir sometiendo a nuestra sociedad. Ponen por encima del bien común el beneficio de sus negocios y quisieran que todos fuésemos sus sirvientes, para así acumular más y más riqueza.

El mercado nuestro de cada día, entre tanto, continúa en la informalidad. Hasta hoy sigue avanzando por el “otro sendero”, como sucedía en la Inglaterra del siglo XVI. ¿Pero por qué no se le permite marchar por el sendero institucional? Ah, es que entonces los cambios reales, que sí se necesitan entre nosotros, se empezarían a dar y entonces… Bueno, ya se imaginan cómo se pondrían los mercantilistas y socialistas, minorías que hasta hoy siguen pescando a río revuelto.

Entre nosotros hace falta desatar al mercado para ponerlo a nuestro servicio, como lo hicieron aquellos países del primer mundo que hace mucho dejaron atrás la situación en la que el Perú todavía se encuentra. Pero en contra de lo que pudiese creerse, es indispensable que el mercado cuente con su aliado natural: el Estado.

El Estado tiene papeles fundamentales que cumplir. Y debe cumplirlos para que el mercado haga lo suyo. Si ambos consiguen interactuar en un marco de libre armonía, basado en el respeto de los principios naturales, la transformación que nuestro país merece tendrá el impulso que hoy tanta falta nos hace.

 

Luis Hernández Patiño
09 de mayo del 2018

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