Raúl Mendoza Cánepa

El perdón y la soledad

El perdón no se puede negar, pero hay que saber pedirlo

El perdón y la soledad
Raúl Mendoza Cánepa
08 de enero del 2018

 

Max Hernández dice en una entrevista para El Comercio, que “el perdón es una palabra muy grande y muy noble. Pero ¿cómo reflexionar sobre esto si lo único que tenemos es una riada de tuits y textos de las redes sociales donde cualquiera que diga algo es absolutamente lapidado? Son piedras y no palabras las que se emplean”. Desde luego, a Max Hernández deben haberle caído piedras por opinar, como le cayeron a Hugo Neira por atreverse a hablar del perdón en un país que nunca ha conocido el perdón y que no tolera la discrepancia. La tibieza nacional nos ha llevado por los canales de una guerra fría llena de insultos, temerosos de disparar una bala.

No siempre fue así. Desde la guerra fratricida de Huáscar y Atahualpa —en la cara del conquistador— o entre los conquistadores —a la vista del oro— o desde la anarquía política de los primeros años republicanos hasta la encrucijada sangrienta de Piérola y Cáceres, todo ha sido vivir violentamente confrontados. El siglo XX nació con la oposición antipierolismo - pierolismo, se desarrolló con el antiaprismo - aprismo y culminó con el inicio de un nuevo proceso que abrió el siglo XXI: antifujimorismo - fujimorismo”(como ven, comienzo con una negación). A los peruanos parece apasionarnos la política (de cuyos entresijos sabemos poco), vivimos hiperpolitizados, hipnotizados… listos para odiar o idolatrar.

En una sociedad sensible al odio, el perdón parece prescindible y concesivo. No tiene el valor que la religión le da, pese a ser un valor esencial que nos permite romper círculos, liberarnos y avanzar. El perdón permite retomar agendas. Sin embargo, gestionar el perdón o la reconciliación no es una tarea fácil, no hemos formado gestores de paz. Se dice que perdonar es olvidar, pero pocos toleran la opción de eliminar de la foto lo que realmente ocurrió. “Lo que fue, está, estará. Nadie borra sus actos, solo enmienda hacia adelante”. No hemos entendido el significado del perdón, pero tampoco el de “saber pedir perdón”. Pedir perdón suena a lisonjero. Somos parcos, nos dirigimos a los seguidores que defraudamos, pero no al conjunto. Pedir perdón nos suena a “bajar la cabeza”, a colocarla a rastras, a reconocer la superioridad moral del otro. Por tanto, no existe reconciliación auténtica sin humildad.

El perdón se entiende como una voluntad dirigida al futuro, pero que nunca deja de mirar atrás. Difícil que la memoria se disemine porque ella existe más allá de una decisión. Por ello el perdón tiene ojos en la nuca, pero brazos hacia el porvenir. Libera del castigo, pero no borra la imagen del pasado. El perdón actúa sobre los sentimientos. Lean lo que José Ingenieros entiende del rencor; pero no sobre la razón ¿Es posible la reconciliación? Es un proceso de sucesivas demostraciones, es el esfuerzo de persuadir. Cuando un senderista abandona la prisión y sugiere su disposición a persistir en su acción letal (muy probable en un fundamentalista), no hay reconciliación.

El perdón no se puede negar, pero hay que saber pedirlo. Y pedirlo es una concatenación de palabras y de actos (no hay reconciliación sin enmienda ni enmienda sin introspección).

Tema aparte: ironía la de PPK de llamar al 2018 “Año del Diálogo y la Reconciliación Nacional”, después de una decisión que condujo a todo lo contrario. Decíamos antes del pedido de vacancia que el presidente debía renunciar, alejar la sombra Odebrecht de Palacio y dejar el espacio a una sucesión tranquila al 2021. Vizcarra o Aráoz hubieran conducido esta “transición” hasta el final. Saltar al vacío tomado de los brazos de sus dos vicepresidentes (al todo o nada) y haber canjeado su permanencia en el poder por un indulto, nunca nos iba a traer la paz; iba a agitar las calles, a avivar el antifujimorismo, a acrecentar los odios, a tornar en más difícil el perdón.

Mientras Mercedes Aráoz escribe en un diario sobre la reconciliación con Fuerza Popular, esta declara su voluntad de persistir en su posición, siempre en calidad de oposición. Todo sigue igual, aunque peor (valga la contradicción). Si Kenji fue solo fuego artificial, en adelante será inevitable la soledad de PPK. Bobo artilugio aquel de jugarse todo… ¡por nada!

 

Raúl Mendoza Cánepa
08 de enero del 2018

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