Jorge Morelli

El nudo del sur

El nudo del sur
Jorge Morelli
23 de marzo del 2016

Keiko Fujimori cosecha apoyos en Puno y Juliaca

El sur del Perú votó por Alberto Fujimori en 1990, en el 95 y en el 2000. Creyó en Toledo, huaco falso, en 2001 y se equivocó. Votó por Humala el 2006 y el 2011 pensando que, siendo militar, pondría orden (como Fujimori). Y de nuevo se equivocó.

Keiko Fujimori tiene hoy la primera votación en el sur. Y el Cusco es el lugar que eligió el radicalismo azuzado desde el gobierno para el intento de sabotear los mítines Fujimoristas con grupos violentos.

Puno, en cambio, es de Keiko. Especialmente Juliaca, el centro emergente de la región. Pero hay desde hace poco un nuevo polo Fujimorista: el de los mineros de Sandia, de Ananea y La Rinconada, sobre los cinco mil metros. Engañados por la falsa inclusión del humalismo, han escuchado a Keiko Fujimori el lunes decirles que comenzaremos de nuevo, desde cero, y esta vez lograremos la formalización para su bien.

La imagen es conmovedora: es su mamacha, su madre. Los pueblos con cinco mil años de historia, como el Perú, se adaptan a la modernidad como todos en esta era de la revolución de las comunicaciones y la información, pero no sin ciertas dificultades que la comunicación política puede ayudar a vencer.

En este sentido el Perú es similar a los casos de México, China, India, Paquistán, Irán, Irak o Egipto. En todos esos lugares existe aún hoy un porcentaje importante –en algunos casos todavía mayoritario- de población a la defensiva contra la globalización. Es el temor a perder la propia identidad cultural.

Es el peso de la historia. Existen alrededor de doscientos Estados nacionales en el mundo, y unos cinco mil grupos étnicos en todo el planeta. No todos pueden ser estados con ejército y moneda propia. Esa no es una solución.

La pérdida de identidad ante la globalización, sin embargo, es un temor injustificado. La experiencia muestra que la inserción en la economía global puede reforzar la identidad cultural local en lugar de amenazarla. Es la extrema pobreza lo que atenta contra la identidad de un pueblo. Eso, y el extremismo político violento que instrumenta las tradiciones culturales o religiosas (como se ve en la penosa destrucción reciente de Palmira, en Siria, por el Estado Islámico).

La ola globalizadora puede eventualmente retroceder pero volverá una y otra vez, como también lo hará la de la reivindicación de las identidades locales. Para los pueblos alrededor del mundo que habitamos en esa frontera, gobernar significa hablar el lenguaje de la reciprocidad para encontrar el equilibrio que hace posible desatar el nudo gordiano sin cortarlo de un tajo.

JORGE MORELLI

Jorge Morelli
23 de marzo del 2016

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