El muro y su caída

A propósito de los 25 años del derrumbe histórico del llamado “socialismo real”

Berlín. Vestigios del nazismo y del comunismo impregnan sus calles. Como pocas ciudades, en Berlín se respira la historia. Y vaya historia.

En los años treinta la desmoralización francesa y el horror británico ante una nueva guerra conducen al apaciguamiento de Hitler. Por su parte Stalin quiere comprar la benevolencia nazi con un pacto de no agresión que partía Polonia y acordaba la represión de cualquier resistencia.

Aunque Stalin es estafado por Hitler, la guerra le permite avanzar sobre Europa Central e imponer el comunismo a su paso. Para que no escape ninguno de sus novísimos súbditos, levanta una Cortina de Hierro que divide a Europa en dos y que Churchill denuncia en 1946.

Pero Berlín era un eslabón débil en esta cortina. Por su status de capital del Reich también la ocupaban británicos, franceses y estadounidenses. Miles de alemanes huían por ahí a Occidente.

Por ese motivo, en 1947, los soviéticos bloquean la ciudad, cerrando todos los accesos terrestres. EE.UU. responde abasteciéndola por aire, marcando el inicio de la Guerra Fría. En 1948, luego de esta demostración de capacidad y poder americano, se levanta el bloqueo.

A continuación los soviéticos intentan algo más sutil al insinuar que permitirían una reunificación a cambio de que Alemania quedase fuera de la OTAN. Estas insinuaciones, sazonadas con ruidosas amenazas militares, son rechazadas.

En 1961, en una tácita admisión de fracaso, Khruchshev construye el Muro.

El Muro, como no, tuvo apologistas que se hacían de la vista gorda ante su maldad intrínseca y la perversidad de un sistema que hace cárceles de países y convierte a ciudadanos en presos perpetuos.

Afortunadamente, no todos eran acomodaticios.

En 1981, cuando la URSS aún podía ocultar su creciente decrepitud, Reagan declaraba:

“(…) Occidente no contendrá al comunismo. Lo trascenderá, convirtiéndolo en un bizarro capitulo de la historia universal cuyas últimas páginas ahora mismo se escriben”.

En 1987, de visita en Berlín Occidental, retó a Gorbachov declarando ante una multitud eufórica: Señor Gorbachov, derribe este muro!!!

Los expertos profesaban espanto. Pedían detener el rearme, cooperar con Moscú e inaugurar una era de paz. Pero era Reagan quien comprendía a la bestia comunista. Una vez en el poder, elevó la presión al máximo y aceleró el rearme dejando claro que respondería a todas las provocaciones.

En 1985 sube Gorbachov al poder. Gorbachov quiere renovar al comunismo para salvarlo y aunque Reagan quiere sepultarlo (al comunismo) reconoce a Gorbachov como el líder con quien finalmente podría negociar de buena fe; solitaria apreciación que comparte con la Thatcher.

El escenario cambia. El comunismo demuestra ser irreformable. La Perestroika y el Glasnost evidencian la impotencia soviética. El Kremlin emite signos sutiles a sus satélites sugiriendo que están solos y que deben reformarse o morir.

El descalabro vino de repente cuando el cuerpo enfermo del marxismo, como los vampiros de las fábulas, no resistió la luz del día.

Así tenemos que una mañana, Hungría, escuchando las señales del Kremlin, abre sus fronteras y permite el paso a Occidente. Se reinicia el éxodo que detuvo el Muro 28 años antes. A los pocos días, presa del pánico y por error burocrático, un funcionario del politburó alemán malinterpreta una decisión y declara que se abre el Muro.

Esa misma noche, un 9 de noviembre de 1989, multitudes se lanzan sobre el Muro. Empiezan derribarlo con lo que estuviera a la mano. Vigías que antes disparaban a quien osara cruzar se paralizan.

Así, de repente, acaba una mentira.

Mientras tanto, en otra ciudad alemana, destacado en una unidad de la KGB, estaba un joven oficial llamado Vladimir Putin. Dicen que desde esa misma noche trama su venganza.

Por: Víctor Andrés Belaúnde Gutiérrez

(13 - nov - 2014)