Jorge Nieto Montesinos

El mal mayor

El mal mayor
Jorge Nieto Montesinos
30 de septiembre del 2014

No estamos condenados a elegir siempre el mal menor, aunque a veces se vote por él

Habría que preguntarle a los más de 65 millones de votantes que votaron por Obama para presidente de los EE. UU. si, al hacerlo, votaron por el mal menor. O a los más de tres millones de electores de Michelle Bachelet. O a los más de 10 millones de españoles que eligieron a Felipe González en 1982. O a los trece millones de ingleses que eligieron en 1979 a Margaret Thatcher. O a los cientos de miles de peruanos que votando por Haya, nunca pudieron hacerlo presidente. ¿Mal menor? Habría que habérselos dicho porque, que se sepa, la mayoría de esos cien millones de seres humanos, como muchísimos otros ciudadanos, sentían que su voto abría una pequeña ventana al cambio. A izquierda, a derecha o al centro, la elección era un momento de convicción razonada y de renovación de elites. Elegían en libertad.

No estamos condenados a elegir siempre el mal menor, aunque a veces se vote por él. Eso que la sociología electoral llama el voto estratégico. Que no se reduce a votar por la segunda mejor opción –el mal menor-, sino que tiene muy variadas formas, todas estudiadas por las áreas del conocimiento que se han dedicado a explicar el comportamiento electoral: la sociología política, la psicología política, y la economía política en su versión de cálculo instrumental. Pero ni es la única opción. Ni es obligatoria. Uno puede, por ejemplo, en ejercicio de su libertad, decidir hacer un voto inútil, como ha decidido hacerlo Hildebrandt en las próximas elecciones municipales. Un voto testimonial, el reverso de un voto estratégico, muy cerca del voto de protesta.  No importa si uno comparte las razones de su decisión o no. Al caso viene que puede hacerlo. En libertad.

En el Perú, es cierto, hace ya varias décadas se viene haciendo uso del voto estratégico, el del mal menor: Fujimori, para impedir a Vargas Llosa; Toledo, para impedir a García; García para impedir a Humala; Humala, para impedir a Fujimori. Dos victorias del temor económico. Dos victorias de coaliciones anticorrupción. Hay, claro, matices. El temor económico no fue siempre el mismo. La vocación ética fue ropaje de distinta densidad. Pero en todos los casos la sociedad asignó roles a partir de un eje ordenador: ora económico, ora ético. Esa definición “inventó” una polaridad, un bien y un mal, que ordenó razones y pasiones: definió un mal menor… en segunda vuelta.

En tres de esas cuatro elecciones la sociedad ha inventado en pleno proceso un ganador. En la relación entre la oferta electoral y la demanda política no ha habido un factor activo y otro pasivo. Las estrategias exitosas supieron producir las señales adecuadas para el contexto; las preferencias de los electores han moldeado a los actores. Buena parte del secreto de las campañas electorales ha estado en saber leer ese contexto, su agenda, sus fluidos emocionales. Restringir por un supuesto realismo el grupo de jugadores a la oferta visible, convalidando el déficit ético; o, peor aun, querer imponerle a la volitiva sociedad peruana el grillete de una y solo una confrontación final, hará más intolerable el horizonte ominoso de una democracia sin sueños, de partidos sin ideas y de líderes sin ética. Unas instituciones políticas congeladas y sin capacidad de renovarse. Un mal mayor.

Por Jorge Nieto Montesinos

(30 Set 2014)

Jorge Nieto Montesinos
30 de septiembre del 2014

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