Darío Enríquez

El libertarianismo tiende a ser conservador en lo social

En lo económico propicia el libre mercado

El libertarianismo tiende a ser conservador en lo social
Darío Enríquez
08 de noviembre del 2017

En lo económico propicia el libre mercado

El libertarianismo es una visión civilizada del mundo que defiende la vida, la libertad y la propiedad privada como valores fundamentales, que no acepta sustitutos y que se sustenta en la renuncia a la violencia física (salvo defensa propia) proponiendo la no-agresión como principio de acción humana, junto a la dinámica del intercambio voluntario y la coexistencia pacífica. La perversión que ha sufrido el término “liberalismo”, nos lleva a denominar “libertarianismo” a la defensa de los principios fundamentales del liberalismo clásico.

Llevar a la práctica estos valores, principios y reglas no es ni automático ni unidimensional. Es complejo. Sin duda en lo económico el intercambio voluntario marca el ritmo de una economía de libre mercado, competitiva y en la que los clientes reaccionan a la oferta de los productores de bienes y servicios. La clave es la facilidad libérrima con la que un cliente consume lo que un productor ofrece, sin cortapisas ni obligaciones, pudiendo cambiar con solo el simple deseo de hacerlo. Estas decisiones son sobre todo espontáneas. La fuerza centrífuga es elevada en la relación cliente-productor, mientras la centrípeta es mínima. Aunque podemos agregar más elementos en el modelo libertario de mercado, lo esencial es que cada día el derecho a elección del cliente juzga, premia y castiga, según sea el caso, a los productores. Sin olvidar por supuesto que cliente y productor son roles intercambiables. La visión libertaria en la práctica deberá llevar a la sociedad en la que se implante lo más cerca posible del libre mercado.

En lo social, la dinámica libertaria es muy diferente. Se equivocan quienes piensan que puede aplicarse al 100% la misma lógica de lo económico en lo social. La pertenencia a diversos niveles de colectivización —léase familias, comunidades y agrupaciones voluntarias diversas— impide que los vaivenes puedan darse como se dan en términos económicos. Los individuos que pertenecen a colectivos tienden a tener una fuerza centrífuga débil y una centrípeta fuerte. No es lo mismo cambiar un proveedor de bienes o servicios por otro, que desarraigarse plenamente del clan familiar o de una comunidad. Ni siquiera en un proyecto personal o familiar de emigración. Por ello, bajo los principios de intercambio (social y cultural) voluntario y de coexistencia pacífica, los cambios se ralentizan y los diversos colectivos tienden a ser necesariamente conservadores. Cuando esta tendencia se quiebra suele ser en forma violenta, destruyendo todo respeto al principio de no-agresión.

Por eso las convenciones sociales no cambian de un día para otro, y menos a través de leyes. Lo que vemos es que la violencia desborda cuando se pretende imponer cambios que no compartes la mayoría de personas ni los colectivos. A diferencia de tópicos económicos, en los que el individuo puede usarse en la modelización de las relaciones, en lo social la unidad de análisis es muchas veces de tipo colectivo: familias, comunidades y agrupaciones voluntarias. Estas instituciones, que agrupan seres humanos bajo diversos criterios y escalas, se han forjado durante miles de años. No se modifican por decreto ni por mandato imperativo de violencia estatal sin causar estragos sociales. El cambio social espontáneo es necesariamente lento y progresivo —salvo situaciones excepcionales— si respetamos los principios libertarios. La realidad de la historia humana muestra desbordes extremos de violencia social que no proponen sino que imponen cambios; en ellos en ningún caso se respeta lo mínimo del pensamiento libertario. Circunstancias históricas podrían explicar y hasta justificar la imposición violenta de cambios sociales. Así es la historia. Creemos, sin embargo, que en el mundo del siglo XXI prácticamente no hay espacio para estas justificaciones, si es que alguna vez las hubo. Un análisis contrafáctico histórico quedaría pendiente de hacerse aquí.

El tema de la sociedad termina siendo una escala que pervierte la visión libertaria, y solo se puede equilibrar si esa sociedad es la suma social de colectivos más pequeños y relativamente cerrados, donde los principios de la libertad se defiendan. Por eso es tan difícil que el Estado sea compatible con un modelo libertario, y solo procede en su versión minarquista. El modelo anarco-libertario, en el que no hay espacio para un Estado —cualquiera sea su forma— y todos los individuos coordinan en gran armonía universal, termina siendo una penosa utopía.

Para el libertarianismo, las diversas formas de democracia que hoy se presentan como fines en sí mismas se convierten en fetiches si no van más allá. Si se defiende la vida, la libertad y la propiedad privada como valores fundamentales, se encontrará una fórmula política que reconozca y defienda estos valores. Termina siendo accesorio si se trata de una monarquía parlamentaria, una república liberal o un forma de autoritarismo relativo. Es el respeto a la vida, la libertad y la propiedad privada lo que marca la dinámica civilizadora de una sociedad avanzada. Vale destacar que entre los doce países con mayor nivel de vida, contamos nueve monarquías parlamentarias (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suecia, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Japón), dos repúblicas (Suiza, Alemania) y una monarquía autoritaria (Singapur).

 

Darío Enríquez

Darío Enríquez
08 de noviembre del 2017

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