Eduardo Zapata

El lenguaje presidencial

El lenguaje presidencial
Eduardo Zapata
05 de junio del 2014

Confrontación y perpetuidad en el poder

Si revisamos el habla cotidiana del Presidente –aquella de las plazas públicas, la de las entrevistas, la de las declaraciones acaso imprevistas- hay dos personas gramaticales pre-juiciadamente calificadas. La primera persona, en singular o plural (yo, mi esposa, mi gobierno, nosotros…), aparece siempre mesiánicamente positiva. Frente a esa persona, la segunda (tú y usted) y la tercera (él, ellos) suelen ir signadas más bien por lo negativo. Todos parecen conspirar –se ha dicho de manera explícita últimamente- contra esa primera persona.

El Presidente parece tener un problema: cierta incapacidad para la objetivación pura de un hecho o de una situación. Estos serán positivos si están asociados a su mundo de la primera persona; serán negativos –o al menos sospechosos- si no están asociados a ese mundo, si provienen de los demás. En ninguno de los casos se preocupa del hecho en sí, no lo focaliza; todo está librado al mundo de los opuestos. Y allí se crea el espacio para los improntus lingüísticos confrontacionales del Presidente.

La gente que lo acompañó en los primeros momentos –lo sabemos- terminó recibiendo exclusión y hasta censura. En el lenguaje presidencial se encuentran constantemente expresiones desagradables –por irrespetuosas- como “tirarse la plata”, “me han elegido para chambear”, “los meto presos”, “no insistan (preguntado por el indulto a Fujimori) porque los llevo a la punta del cerro” o el famoso “que sufran” cuando algún periodista le preguntó por la reelección conyugal.

Los periodistas terminaron convertidos en “gallinazos”. Los empresarios mineros en “generadores de conflictos sociales” y no de inversión y empleo. Los “panzones” y “corruptos” proliferaron. Y hasta la juventud fue menospreciada en sus usos y costumbres. “En vez de estar tirando trago en las discotecas. Vayan al cuartel”. Como también el “Que se corten bien el pelo. Porque hay unos que salen con mechoncito”.

Últimamente –y como anticipo de la intervención gubernamental en las universidades- todas terminaron siendo de “medio pelo”. Y también, quién sabe como anticipo de una posible ley de prensa, la libertad de expresión se ha convertido para el Presidente en manifestación de un supuesto “oligopolio mediático”.

Todos pareceríamos ser potencialmente enemigos del Presidente. En virtud de su confrontacional palabra cotidiana. Parece que solamente hay una manera de ser patriota: ser como él, haber servido en un cuartel o haber crecido a la sombra de él. Cuartel familiar, cuartel militar o cuartel conyugal.

Quienes codifican el habla culta del Presidente, focalizan y priorizan –aun ambiguamente- ciertos temas. Pero su habla cotidiana preserva el mesianismo de la perpetuidad. Expresado en nombres, nombres y más nombres de “nuevos programas”. Que se incrementarán –como es obvio- ante la proximidad de las elecciones.

La pareja presidencial declaró hace ya un buen tiempo –y lo reitera visual y verbalmente a cada instante- que lo suyo es “una aventura política”. Solo que (al parecer y para usar un término de moda) una aventura política “con derechos”: los de ellos (especialmente los de ella) por encima de todo.

La ambigüedad, la improvisación y la experiencia de todos estos años nos demuestran –a pesar de lo que opinan aún algunos ingenuos analistas políticos- que la elección entre la Gran Transformación o la Hoja de Ruta no fue producto de una convicción, sino de una simple opción estratégica. Pero lo fue no solo para alcanzar el Poder sino para mantenerse en él a costa de cualquier modelo. Es en este contexto general donde el Presidente profundiza ahora su lenguaje confrontacional y atribuye a la primera persona gramatical (yo, nosotros) el signo de la lucha anticorrupción. Los que no sean aliados de su “aventura política” devendrán –como es lógico- en corruptos.

 

Por Eduardo Zapata

Eduardo Zapata
05 de junio del 2014

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