El laberinto de los persas

Sobre el acuerdo nuclear con Irán que promueve Barack Obama.

El 30 de junio vence el plazo para concluir un tratado nuclear con Irán. Obama está apostando todo para lograrlo; asumiendo que un pacto persa estabilizará al Medio Oriente permitiendo a EE.UU. retirarse de esa difícil zona del mundo.

De acuerdo a la OPEP, Irán tiene el 13.1% de las reservas probadas de petróleo mundiales. Esta riqueza, virtualmente inagotable, permite cubrir las necesidades energéticas del país y asegura un sólido flujo de divisas. Sin embargo, Irán se embarcó en una costosísima aventura nuclear, convirtiéndolo en uno de los países parias del mundo.

Según Irán, su programa nuclear es pacífico, pero construye bunkers debajo de montañas para albergarlo, los mismos que sólo podrían ser destruidos por las más potentes bombas del arsenal americano.

Además, financia grupos terroristas y práctica el terrorismo de estado en los cinco continentes, el nuestro inclusive. Proclama, diariamente, el imperativo moral de borrar a Israel de la faz de la tierra y señala que el holocausto nazi no es más que una mera propaganda sionista. Alimenta también la fractura chiita-sunita; conflicto que se encuentra en el centro mismo de la guerra civil siria y de la aparición del Estado Islámico.

En este contexto, cuando EE.UU., después de años de paciente trabajo diplomático, logra que el Consejo de Seguridad de la ONU imponga drásticas sanciones contra Irán por la persistencia de su ilegal programa nuclear (viola los tratados sobre no proliferación nuclear) decide desmontar el andamiaje y apostar por la futura amistad y buen comportamiento de los Ayatolas persas, legitimándolos.

¿Porque EE.UU. cometería este disparate?

Se mezclan dos razones, una de cálculo geopolítico y la segunda responde a la peculiar visión del mundo del señor Obama y su entorno.

Respecto del cálculo geopolítico, Obama desea retirar a su país de las inacabables conflagraciones del Medio Oriente, incluso si ello significa abandonar aliados antiguos como Israel, Egipto y Arabia Saudita. Piensa que una retirada americana obligaría a que estos ex-amigos enfrenten solos al Estado Islámico y a dejar de lado la antiquísima ruptura con los chiitas (concentrados en Irán) que se remonta hasta la muerte misma de Mahoma.

La segunda razón es la creencia, frecuente en muchos círculos culturales contemporáneos, que todos los pueblos compartimos una misma racionalidad. Obama hizo explícita esta visión en una entrevista con un periodista admirador, explicando que no debía exagerarse la importancia de las manifestaciones antisemitas de los ayatolas iraníes, ya que sería irracional llevarlas a cabo.

Sobre la primera razón, Obama ignora la persistencia de conflictos que son, literalmente, milenarios y piensa que su personalidad permitirá apaciguarlos y con ello terminar una de los peores amenazas a la paz mundial. En esto muestra un narcisismo y mesianismo verdaderamente perturbador.

Sobre la segunda razón, ignora que la lógica y racionalidad de un Ayatola iraní puede ser incomprensible para un occidental cualquiera. ¿Por qué estar tan seguros que estos clérigos consideran inimaginable una guerra nuclear con occidente?

Recordemos que Hitler no tuvo el menor empacho en llevar al mundo al borde de la destrucción. Afortunadamente, perdió la carrera nuclear, pero de haberla ganado, no hubiera dudado en emplear armas atómicas para obligarlo a elegir entre su destrucción o el sometimiento a una eterna esclavitud nazi.

Entonces ¿por qué Obama está tan seguro de que los iraníes no albergan similar ambición y que no prefieren ver al mundo convertido a cenizas sino logran transformarlo en chiita?

 

Por Víctor Andrés Belaúnde Gutiérrez

08 – Jun – 2015