Iván Arenas

El intelectual y el antifujimorismo

El intelectual y el antifujimorismo
Iván Arenas
14 de junio del 2016

No se puede soslayar al fujimorismo de la vida política del país

Luego de que la propia candidata Keiko Fujimori (Fuerza Popular) reconociera su derrota electoral ante PPK, se han desplegado diversas interpretaciones de analistas, periodistas y políticos sobre el futuro del nuevo gobierno, la viabilidad de la gobernabilidad y la permanencia de la democracia. La preocupación principal se basa en cómo, en el próximo lustro, van a convivir un ejecutivo débil y un legislativo dominado por el fujimorismo que tiene la mayoría de la representación parlamentaria. La preocupación es mayor si se entiende que dentro de poco se cumplirá el Bicentenario y debemos llegar a la quinta elección ininterrumpida.

No obstante, a contracorriente de quienes piden una convergencia entre el fujimorismo y el nuevo gobierno, desde su columna habitual nuestro nobel Mario Vargas Llosa ha lanzado otro misil contra el fujimorismo y su papel como principal fuerza política en el Perú de nuestros días. La política es lo que es, aunque a veces disguste. Aquello podría ser una máxima que anule el dogmatismo y las pasiones políticas. Entonces, guste o no a pocos o a muchos, el fujimorismo es una fuerza política que tendrá vigencia en estos nuevos cinco años y, como todo indica, presencia en el próximo quinquenio, luego de celebrado el Bicentenario. Es decir, tendremos diez años más de fujimorismo. Por lo tanto, sería una altivez que alguien que quiere gobernar soslaye al fujimorismo, como al aprismo y a la izquierda.

En su columna nuestro nobel insiste en lo que probablemente los pepekausas hoy ya no se atreven a decir y que fue un argumento mortal y bastante dañino durante la campaña: que el fujimorismo sería la instalación de un narcoestado. Semejante presunción no obedece en absoluto a la razón, sino a la lógica de la pasión. Si lo que el nobel asegura es cierto, ¿por qué el gobierno del ahora presidente Kuczynski —candidato al que apoyó Vargas Llosa— dialogaría con una fuerza parlamentaria llena de “narcopolíticos”?

La columna del nobel ha ido más allá, tocando también al votante naranja de quien dice que “ingenuamente se había tragado su propaganda” (la de Keiko). Pues el 49.87% o los 8.55 millones de peruanos que optaron por la candidatura naranja están lejos de ser ingenuos o “electarado”. Es cierto, nadie duda de que el fujimorismo tiene un lado A, por así llamarlo, asociado a vergonzosos casos de corrupción o violaciones de los derechos humanos; sin embargo, el lado B del fujimorismo está representando en la recuperación económica, el apoyo en la derrota de Sendero Luminoso, así como la presencia —patrimonial sin ninguna duda— del Estado en los rincones de los Andes durante 1990-2000. Quizá allí encontremos alguna explicación para evitar el argumento de que algunos peruanos son menos o más ingenuos.

Lamentamos decir que quizá, como también argumenta el nobel, el fujimorismo no se difumine como lo hicieron el “odriismo” o el “velasquismo” (aunque este último sigue vigente). El fujimorismo no ha tenido una vida más larga porque “contaba con recursos del saqueo”, como dice el nobel, sino porque Keiko decidió a tientas fortalecer un partido aprovechando también (vale insistir) el recuerdo de su padre. Pero quizá la sociología nos podría dar una aproximación de por qué, por ejemplo, los sectores populares C, D y E votaron masivamente por la candidata naranja. Porque de alguna u otra manera, el fujimorismo intenta representar a una sociedad emergente, heredera de aquel desborde popular de Matos Mar que se transformó en informal con De Soto y que no tiene, a nivel nacional (aunque sí en las regiones) una representación política.

La política es lo que es, repetimos. A veces, desde la pasión tratamos de eliminar al enemigo; eso entonces se llama guerra. La política es otra cosa, la política es pacto y acuerdo, así no te guste a quien tienes al frente.

Iván Arenas

 
Iván Arenas
14 de junio del 2016

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