Martin Santivañez

El Honor de Dios

¿Ser dependiente de quien te nombró o de la misión encomendada?

El Honor de Dios
Martin Santivañez
12 de julio del 2017

¿Ser dependiente de quien te nombró o de la misión encomendada?

Ha sido Jean Anouilh quien mejores letras produjo sobre la mañana de enero de 1169, cuando se encontraron, en una llanura cercana a Montmirail, el rey Enrique II de Inglaterra y Thomas Becket, primado de Canterbury. He aquí fragmentos de aquel imaginario diálogo:

El Rey.- Sabes que soy el Rey y que debo obrar como un rey. ¿Qué esperas de mí entonces? ¿Debilidad?

Becket.- No. Me aterraría.

El Rey.- ¿Vencerme por la fuerza?

Becket.- Sois vos quien tiene la fuerza.

El Rey.- ¿Convencerme?

Becket.- Tampoco. No tengo nada de que convenceros. Solo tengo que deciros: no.

El Rey.- Sin embargo hay que ser lógico, Becket.

Becket.- No. Tampoco eso es necesario, mi rey. Solo hay que cumplir absurdamente lo que nos han encomendado, y cumplirlo hasta el fin.

(Becket o el honor de Dios de Jean Anouilh, Acto III)”

La reunión preparada por Luis VII, rey de Francia, para buscar la reconciliación del rey de Inglaterra con Becket, su viejo amigo, fracasó. Enrique II, el rey de Inglaterra, quería, basándose en su antigua amistad, que Becket se sometiese totalmente a la monarquía sin dejar para la Iglesia un rescoldo de independencia. Becket se opuso a tal sometimiento. Por eso, de repente,“la escena cambió de rumbo. Los caballos volvieron a agitarse y los rostros de los dos jinetes reflejaron otra vez una extrema tensión. Algo había ido mal. Los presentes vieron cómo el hombre de la barba gris intentaba acodar su montura y acercar su rostro al del joven altivo y cómo este le esquivaba bruscamente, se daba la vuelta y se alejaba al galope”. En un clima de frustración e impotencia unos y otros comentaron pronto lo sucedido: “El arzobispo le ha dicho a Enrique que se sometía a su autoridad y a las ‘normas y costumbres del reino […] Pero cuando Enrique ya se daba por satisfecho, el arzobispo ha añadido las palabras de siempre: ‘Excepto en lo que concierne al honor de Dios’… Entonces Enrique ha visto que el encuentro no servía para nada y ha montado en cólera… El arzobispo le ha pedido el beso de la paz y Enrique se lo ha negado…”.

Thomas Becket, arzobispo primado de Canterbury, a pesar de su simpatía y amistad por Enrique II de la casa Plantagenet, no dudó en mantener su independencia en nombre del “honor de Dios”. Cuando Enrique II accedió al trono convirtió a Becket en su mano derecha, nombrándolo canciller de Inglaterra. Y cuando, llegado el momento, el Rey tuvo que enfrentarse a la jerarquía eclesiástica por los impuestos con que buscaba gravarla, decidió nombrar a Becket para la sede primada de Canterbury transformándolo en la cabeza de la iglesia de Inglaterra, pensando que con esto lograría ventaja sobre la Iglesia. Sucedió al revés. El cargo lo convirtió en el más ardoroso guardián de los derechos de la Iglesia y por ello no dudó en enfrentarse una y otra vez al Rey con el argumento de que su obligación como Prelado era “velar por el honor de Dios”. De hecho, cuando el Rey le comunicó a Becket su nombramiento este respondió: “si me designan Arzobispo, ya no podré ser vuestro amigo”. Primero la conciencia, después la amistad.

Tras el fracaso de las conversaciones entre el Rey y Becket, este último retornó a Inglaterra plenamente consciente de que allí encontraría la muerte. Y allí murió, frente al Altar, asesinado por los esbirros de Enrique II.

En todo esto he pensado a raíz de la nominación para contralor de Rafael Rey. Sus enemigos, que son los enemigos del Perú, han insinuado que Rafael sería un contralor sesgado, preso de sus simpatías y filiaciones políticas. El propio Rafael Rey ha señalado tajantemente que no pertenece a ningún partido político. Pero si perteneciese a uno, no dudo que actuaría como Becket, poniendo primero su conciencia y el honor de Dios. Por eso, Santo Tomás Becket, ejemplo de independencia decía a su monarca: «Príncipe, la única cosa inmoral es no hacer lo que se debe cuando se debe».

He allí el eje de la cuestión: o ser dependiente del que te nombró o dependiente de la misión encomendada. Ciertamente, el ladrón juzga por su condición y por eso la izquierda no ha dudado en rasgarse las vestiduras ante la supuesta “parcialidad” de Rafael Rey, un político honesto y de principios. Peruanos: si un grupo ha sido parcial en este país, si un grupo ha sido sectario hasta el punto de la persecución ese grupo ha sido el de la izquierda. O, más bien, para ser preciso, los grupos de izquierda, hoy ocupados en liquidarse comunitariamente. Si no pueden mantenerse unidos, menos podrán unir al Perú.

La independencia es fundamental para un organismo regulador. Ojalá gente de su autoridad e independencia termine en el Estado para generar un entorno de eficiencia institucional. De lo contrario, si rechazamos a las personas independientes lo único que nos espera es el triste final de Enrique II, quien tuvo que acudir descalzo ante la tumba de Becket para allí ser azotado hasta sangrar, desesperado porque su reino se hundía en la miseria y la división.

 

Martín Santiváñez Vivanco

Martin Santivañez
12 de julio del 2017

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