El gigante de plástico

Se viene el verano y con él llegarán los viajes en familia a la playa. En Lima las playas se verán rebosantes de alegres bañistas y sus coolers repletos de cervezas e Inca Kola. Con el sol quemando a media tarde se impondrá el hambre y los vendedores ambulantes intentarán vender alguna porción de arroz con pollo o ceviche en tecnopor a los ya macerados playeros.

Por la noche volverá la calma, pero en la arena se quedarán los rastros de lo bebido y vivido. Botellas de plástico, tuppers, pelotas desinfladas, baldes, cañitas, tenedores y bolsas de plástico regados por toda la costa son nuestro legado. La marea sube para presenciar la escena de barbarie y arrastra consigo todos nuestros desechos hasta la profundidad del mar. La vida marina se alimentará de aquellas deliciosas medusas de plástico, cerrando la cadena de reciclaje contra natura.

¿Saben en qué momento me di cuenta de que estábamos perdiendo la guerra contra el plástico? Una buena mañana estaba yendo a comprar fruta al supermercado y encontré una mandarina pelada sobre un azafate de tecnopor y envuelta en plástico tipo film en la sección de comida para llevar. ¿Quién necesita una mandarina pelada? Dije sin querer en voz alta. Y una mujer que estaba al lado me dijo que a ella no le gustaba pelar mandarinas ni naranjas porque luego sus manos se impregnaban con el olor. A esto hemos llegado. ¡Problemas del primer mundo!

Hace unos meses nuestro país fue noticia mundial, no por la gastronomía, por el deporte o por algún descubrimiento arqueológico. Una isla de plástico de dos millones de kilómetros cuadrados fue encontrada flotando en el Océano Pacífico entre Chile y Perú. Recuerdo que al leer la noticia solo pensé en algo que me dijo mi madre cuando vino a visitarme a Inglaterra. ¿Por qué el plástico es tan caro aquí? No lo sé, mamá, pero casi que me alegro.

En el 2015 los supermercados y cadenas de ropa de Inglaterra comenzaron a cobrar cinco centavos por una bolsa de plástico de un solo uso. Cinco centavos no parece mucho, pero el simple hecho de que te pregunten si quieres pagar cinco centavos por una bolsa te hace pensar en la tonelada de bolsas que tienes arrinconadas en tu casa: la famosa “superbolsa” que contiene cincuenta bolsas. Usualmente respondes que no y haces malabares con tus alimentos hasta llegar a tu coche. Desde que se implementó esta medida el consumo de bolsas de plástico se ha reducido en un 80%. El dinero recaudado es destinado a alguna organización elegida por el comercio. Todos ganan.

Las cifras de consumo de plástico son verdaderamente alarmantes. Cada minuto los humanos consumimos un millón de botellas de plástico. Piensa en las botellas de agua embotellada que consumes a la semana, ese smoothie de mango que te compraste en el centro comercial o esa gaseosa helada que bebiste al salir del trabajo. Algunas pocas botellas de tereftalato de polietileno (PET) son recicladas, una gran parte acaba como relleno sanitario, otras son quemadas o simplemente acaban regadas por la ciudad. De alguna manera la gran mayoría da a parar al mar.

Hay algunos documentales que te cambian la vida, y el último episodio del documental Blue Planet II, de la BBC, me ha tocado la fibra más sensible. En este capítulo mostraron a una ballena que cargaba desde ya varios días a su ballenato muerto posiblemente por beber de la leche contaminada de su madre. La leche contenía derivados químicos del plástico en niveles letales. ¿Podemos proyectar este documental en las playas más populosas de Lima?

Comprometámonos a salir de nuestro ignorante sentido de privilegio y reducir nuestro consumo de plástico. Salgamos a hacer la compra con bolsas de tela o reutilicemos las bolsas de plástico que tenemos apiladas en casa. Todos los pequeños gestos cuentan.