Manuel Erausquin

El espíritu navideño

El espíritu navideño
Manuel Erausquin
24 de diciembre del 2014

El regalo preciso, más allá de su valor, puede cambiarle el ánimo a cualquiera              

Se podría decir que cada año es lo mismo en tiempos navideños, la publicidad expande sus habilidades para inducirnos a las compras de todo tipo. Regalos para todos nuestros seres queridos y productos comestibles de distinta variedad para surtir nuestra mesa familiar y disfrutar de una Nochebuena provista de una generosidad gastronómica desbordante. Ese proceso se repite anualmente de forma invariable, la oferta de obsequios es abrumadora y todos nos vemos seducidos en una vorágine de consumismo. Luego de fiestas, vienen las sumas y restas de nuestro presupuesto. Muchas veces se mira al cielo. No siempre hay respuesta.

Así, de esa forma hemos vivido desde hace mucho contagiados por un supuesto espíritu de amor y generosidad. Habría que ver cuánto de esos sentimientos surgen de manera auténtica. El regalo preciso, más allá de su valor material, puede cambiarle el ánimo a cualquiera. El corazón más reticente al afecto puede sucumbir y ser dichoso. He visto muchos rostros iluminarse al recibir un obsequio que ha sido pensado con el corazón. Ahí, en esa circunstancia, la magia navideña aparece con esplendor.

Ese tiempo que uno se toma para pensar en el otro -una tarea exigente y a veces estresante- logra ser el secreto tan buscado para arrancar una sonrisa y alumbrar una existencia. Eso vale, y también cuesta. No solo dinero, sino tiempo. Nuestro querido y valioso tiempo. Ese es un regalo que no se ve, pero que también brindamos e invertimos. Pero claro, si los sentimientos son genuinos, no debería ser una odisea. Quizás un desafío, pero uno realizado con convicción y alegría. Clave para demostrar que hay cariño.

Hace varios años vi la película Smoke, un filme dirigido por Wayne Wang y el guión escrito por el novelista Paul Auster. Uno de los personajes, Auggie  Wren, interpretado por Harvey Keitel, es dueño de una tienda de cigarros. Un día, en pleno almuerzo, le cuenta una historia real ocurrida en época navideña  a su amigo escritor Paul Benjamin, quien padecía de un bloqueo creativo. Benjamin, encarnado por William Hurt, escucha con atención el relato y se maravilla. Su amigo había perseguido a un ladrón, un chico negro que en vísperas de navidad ingresó a la tienda y robó unas revistas.

Al muchacho se le cayó la billetera y Auggie Wren vio su identificación. Acudió a su casa, pero no estaba. Lo recibió una mujer mayor, una anciana que estaba ciega. Ella se confundió y creyó que era su nieto -el ladrón-, Auggie fingió ser el nieto e ingreso al departamento. Conversaron y él se ofreció para comprar algunas cosas para cenar y disfrutar de una noche buena de una manera atípica. Por un momento pensó en largarse, pero no pudo. Cenaron y bebieron como Dios manda.

Después se marchó y con una sensación distinta. Algo había cambiado en él. Al menos así lo dejaba entender. Cuando terminó la historia, su amigo dudó de la veracidad. Pero no ocultó que era un lindo regalo, uno que lo desbloqueaba. Auggie  Wren solo sonreía. Sabía que más allá de lo real o ficticio, el relato era un disparador para quebrar la parálisis creativa de su amigo. Tiempo después, Paul Benjamin publica el cuento. Una historia navideña  de personajes anónimos, que transitan entre luces y sombras. Un cuento revelador, donde gente de carne y hueso hace los milagros.

Por Manuel Eráusquin

24 - dic - 2014

Manuel Erausquin
24 de diciembre del 2014

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