Gustavo Rodríguez García

¿El empresario ya no vivirá más de tu pobreza?

¿El empresario ya no vivirá más de tu pobreza?
Gustavo Rodríguez García
02 de febrero del 2015

La informalidad en el empleo y el frustrado intento de iniciar una reforma

Mucho se ha debatido sobre la reforma laboral juvenil y sobre sus inconveniencias. Aunque pueda parecer absolutamente impopular, considero necesario poner de manifiesto que, aunque no se trataba de una reforma perfecta (en lo absoluto), era una primera muestra de que se ponía el foco de atención en el grave problema de la informalidad. Todos los derechos tienen un costo por lo que la pregunta que debemos hacernos al reclamar derechos laborales es cuánto nos cuestan tales derechos y quiénes pagarán por ellos.

Tanto los empresarios como los trabajadores nos beneficiamos de un sistema económico eficiente en el que las utilidades se ven incrementadas. La meta, por ejemplo, de tener un país en el que todos reciban un sueldo apreciable parece responder a un sueño bienintencionado. Sin embargo, si uno establece un salario mínimo que se encuentra por encima de la valuación que se hace de un trabajador potencial específico, dicho trabajador potencial quedará en el desempleo. Esa es la razón por la cual los salarios mínimos son tan perversos respecto de trabajadores potenciales poco capacitados o los jóvenes sin experiencia laboral previa.

Los jóvenes sin experiencia laboral necesitan competir en el mercado con quienes tienen experiencia. La forma de hacerlo es reduciendo su salario o aceptando condiciones que implican dejar de lado prerrogativas que podrían ser exigidas por trabajadores experimentados. Cuando la regulación es demasiado rígida y no les permite a los jóvenes desprenderse de ciertos beneficios –considerados “derechos irrenunciables” por los laboralistas- lo que está haciendo es hacerlos menos atractivos y poniéndolos en desventaja frente a la competencia. Esos jóvenes estarán más cerca del desempleo que de la empleabilidad.

En el calor de la discusión, algunas voces se alzaron resucitando un argumento insostenible y francamente despreciable en términos conceptuales y prácticos. En efecto, parece sorprendente que algunos tengan la idea de que ciertos individuos son pobres porque otros son ricos. La re-escritura de este discurso implica argumentar que los trabajadores son pobres y oprimidos porque los empleadores son ricos y abusivos. Para quienes tratan de salir de la pobreza, lo fundamental es tener un empleo. Es sencillo apelar a la retórica del piso mínimo de derechos para los trabajadores perdiendo de vista de que lo que realmente nos falta es que muchos desempleados se conviertan, en los hechos, en trabajadores.

Uno puede tener críticas de corte político –la inconveniencia o la poca comunicación asociada al proyecto de reforma- que pueden ser muy meritorias pero lo cierto es que la reforma laboral juvenil sí se ocupaba de un tema sensible: poner a los peruanos jóvenes en oportunidad de trabajar. En esto, como en tantas otras cosas, nadie podía asegurar resultados exitosos pero ciertamente podíamos apostar que continuar con la política pública pro-rigidez en el empleo no nos va a llevar muy lejos. El discurso de un país en el que todos trabajan y tienen sueldos apreciables, descanso vacacional, compensación por tiempo de servicios y otros beneficios y, además de eso, se distribuye equitativamente, parece ser una idea bella… pero también lo es Papa Noel y el Ratón de los Dientes.

Por Gustavo Rodríguez García
(02 - Feb - 2015)

Gustavo Rodríguez García
02 de febrero del 2015

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