Mario Saldaña

El costo de la inexperiencia

El costo de la inexperiencia
Mario Saldaña
21 de agosto del 2014

Análisis para reflexionar mejor antes de depositar nuestro voto

La degradación de los partidos y de la política en el país hace que se imponga, entre tantos otros males, la improvisación en la administración pública. Algunos regímenes (como el de Fujimori, Toledo y García) sortearon esta carencia convocando tecnócratas y políticos profesionales (si cabe el término) de otras canteras. Al final, el éxito de cada gestión dependió, en buena medida, de qué tan bien funcionaron los equipos aglutinados, de qué tan rápido aprendieron el líder y sus acompañantes a entender y manejar ese gran vejestorio que es el Estado (sea cual sea la dimensión de Gobierno de la que se trate), de cuánto poder se llegó a acumular y cuánto de éste fue repartido transversal y verticalmente, etc.

Las dos administraciones que tenemos en curso, tanto a nivel nacional como a nivel de Lima Metropolitana (Humala y Villarán, respectivamente), no han escapado a ese curso fatídico de nuestra realidad: encontrarse de pronto con un triunfo electoral para después preguntarse: ¿y ahora, qué hacemos?

Más allá de que ambas alternativas hayan provenido de una opción de izquierda, fuera de puntos a favor y/o en contra, correcciones en el camino, etc, han coincidido, fatalmente para el Perú y para Lima, en un aspecto central: les ha tomado un tiempo excesivo acomodarse en el poder y aprender a actuar acertadamente (o quizá la palabra correcta sea: en forma asertiva) en términos políticos.

Ambas gestiones, pese a no contar con una correlación de fuerzas favorable con las tiendas políticas con las que interactúan, han privilegiado la confrontación antes que la concertación, se han encerrado entre los suyos antes que abrir el diálogo con miras a fijar objetivos de gestión que comprometan su agenda propia y la de sus opositores. Han optado por el juego chico, la menudencia, el asegurar la cuota propia presente y futura antes que la visión de largo plazo. Se han comportado como equipos de segunda pudiendo haber actuado como profesionales.

En el caso de Humala, el costo no puede ser mayor para el Perú: una fuerte desaceleración económica, que costará al menos dos años revertirla, y un nivel de inseguridad ciudadana nunca antes visto, cuando ambos temas han podido convertirse en factores de unidad nacional y suma de propósitos. Y claro, es por eso que Ana Jara ha tenido que bregar duro y parejo para demostrar que el ánimo concertador del Gobierno es sincero y honesto.

En el caso de la actual alcaldesa de Lima, el descrédito la terminará arruinando políticamente, y con ella, a lo poco que quedaba de “izquierda moderna”.

Ana Jara y su actitud dialogante y sensata terminan siendo la reacción desesperada de un Gobierno que se está ahogando, cuando debió ser la actitud inicial. Villarán pretende demostrar recién ahora que sus obras pueden hablar por ella, cuando su gestión no ha sido más que una sumatoria de sonados desatinos, y ahora último, de graves irregularidades por las que aún no termina de responder.

Es el costo de la improvisación y de la inexperiencia que los peruanos no deberíamos pagar cada cierto tiempo cuando elegimos a una autoridad. No permitamos que los elegidos entren a aprender qué hacer y cómo. No lo merecemos.

Por Mario Saldaña

Mario Saldaña
21 de agosto del 2014

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