Santiago González Díaz

El colapso del experimento chavista

El colapso del experimento chavista
Santiago González Díaz
25 de mayo del 2016

Del populismo exacerbado a la irracionalidad autoritaria

Los días pasan y el caos social y político que se apodera de las calles de Venezuela hace pensar en cuestiones que escapan a las valoraciones ideológicas. La realidad nos demuestra una vez más que el populismo exacerbado conduce a la irracionalidad autoritaria. El empecinamiento que muestra el presidente Maduro es un reflejo del sentimiento de inseguridad que tienen aquellos que están en la cima del poder de dicho país, de la falta de ideas para poder salir de la crisis en la cual cayeron y de la dependencia populista con respecto a los precios internacionales de las materias primas que producen. La gran interrogante es: ante el fracaso real del sistema propuesto por los “revolucionarios” de ese país, ¿por qué resulta tan difícil admitir la inviabilidad del modelo económico?

Responder esta pregunta no es simple. Para comenzar a hacerlo es necesario diferenciar entre dos grupos: aquellos enquistados en cargos públicos y los fanáticos. Los primeros tienen razones más que claras para no terminar con un modelo económico que los enriqueció y les dio poder sin límites. Su fin implicaría una serie de juicios en los que las pruebas abrumadoras demostrarían la corrupción del manejo burocrático. Pero quienes no tienen una motivación económica simplemente están sesgados por la buena posición que el régimen les brindó durante este tiempo, y generalizan esto bajo la idea de que todos están en favorables condiciones. Sin embargo el poder político no podría sostenerse sin el favoritismo de las Fuerzas Armadas (de filiación ultrachavista), que se han vuelto un sostén imprescindible para aplacar cualquier levantamiento en contra del gobierno.

Los miembros de ambos sectores pasaron a formar la nueva oligarquía venezolana adinerada, dependiente de los fondos públicos y el poder que el aparato burocrático-autoritario montado les brinda para poder imponer su interés. En la base se encuentran los fanáticos, personas que pudieron salir coyunturalmente de una situación de pobreza extrema gracias a las regalías que los commodities proporcionaban. Su situación cambió temporalmente; pero al momento de colapsar el sistema, el estar acostumbrados a una realidad de miseria no les permitió darse cuenta del fracaso socialista. Por eso todavía defienden un modelo que necesita ser reformado totalmente. Suele tratarse de personas fácilmente manipulables por el pensamiento de masa, conformistas e incapaces de encarar proyectos individuales que supongan algún riesgo, por lo que encuentran cobijo bajo el abrigo de un líder carismático que satisface sus necesidades. Pero este grupo, al mismo tiempo, es la debilidad del populismo.

Al líder populista argentino Juan Domingo Perón se le atribuye la frase: “La única verdad es la realidad”. Una frase muy abstracta, que presenta trampas al momento de su interpretación, ya que cada persona concibe de diferente manera la realidad. Venezuela es un claro ejemplo y los grupos políticos enfrentados dan cuenta de ello. La realidad venezolana no da para continuar defendiendo un sistema en el cual las personas pasan hambre y sufren carencias cuando los modelos empleados en otros países demuestran efectividad en mejorar el estándar de vida. No puede negarse la existencia de pobreza en un sistema capitalista, sin embargo fue el capitalismo, con todas sus virtudes y defectos, el que permitió evolucionar a la humanidad en menos de doscientos años, alcanzando avances científicos y tecnológicos que mejoraron nuestra calidad de vida.

Venezuela requiere una revolución, una revolución de mentalidad que no retorne a las injusticias existentes antes del chavismo; pero que tampoco se conforme con el estancamiento en el cual se encuentra ahora. Esa revolución no es posible con la intervención extranjera, sino desde el seno de su misma sociedad. Justamente la base conformada por una mayoría fanática que debe entender la crisis y aceptar la necesidad de un cambio, convenciéndose de que los valores humanos pueden convivir y ser resaltados en un sistema de mayor libertad civil y económica.

 

Santiago González

 
Santiago González Díaz
25 de mayo del 2016

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