Jorge Valenzuela

El ciego clarividente

El ciego clarividente
Jorge Valenzuela
08 de octubre del 2014

Un pequeño homenaje a Borges, a los 70 años de la publicación de Ficciones 

Cuando en 1955 se encontraba ya totalmente ciego, es decir a los cincuenta y seis años de edad, Borges ingresó a la Academia Argentina de las Letras y al año siguiente recibió el Premio Nacional de Literatura. Estos primeros años de ceguera estuvieron coronados de honores y reconocimientos académicos. En 1956 recibió doctorados honoris causa por varias universidades argentinas y, algunos años después, por universidades del extranjero. 

En 1959, Roger Callois publicó en Francia la traducción de su memorable libro de cuentos Ficciones (1944) dentro del cual podemos encontrar dos joyas de incalculable valor para todo aquel que quiera aprender a escribir un buen relato de imaginación: “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” y “La muerte y la brújula”, este último, toda una revolución dentro de la tradición del relato policial clásico. 

A partir de ese año, empezaron a proliferar los estudios críticos sobre su obra, y varios cuentos suyos fueron llevados al cine. Para consolidar lo que sería su gloria literaria, un grupo de editores internacionales reunidos en Mallorca le otorgó en 1961, junto a Samuel Beckett, el Premio Formentor. Ese fue el gran momento de Borges. Desde entonces su leyenda empezó a crecer. 

En 1968, Borges viajó a la Universidad de Austin, en Texas, como profesor invitado y dio una conferencia sobre el Quijote. Fue en esa conferencia donde se refirió al entrañable soñador con lanza y adarga como a un amigo que siempre le producía felicidad, sobre todo si tenía que hablar de él. Luego cruzó los Estados Unidos leyendo poemas, dictando cursos, recibiendo premios y dando entrevistas. Nadie podrá decir que Borges, durante ese viaje, dejó de recibir a un alumno o no se dispuso a responder, amablemente, las preguntas de los académicos o entrevistadores norteamericanos que lo rodeaban como se rodea a alguien que se respeta, fascinados por sus palabras exactas, por su tono de encantamiento al hablar y por sus ojos azules que miraban hacia un horizonte incierto. 

Interrogado por un estudiante, en una de aquellos encuentros académicos, sobre la forma en que fue perdiendo la vista, Borges se tomó un tiempo inusual para responder. Supongo que fue una pregunta inusual para alguien que precisamente había perdido la vista, pero no se amilanó. Es cierto, sin embargo, que fueron muchos los segundos que, según cuentan los biógrafos más acuciosos, separaron su silencio de su respuesta. Lo cierto es que, antes de responder, orientó bien su mirada infinita hacia la voz que le había hecho la pregunta y sonrió algo nervioso, como es inevitable en el caso de los ciegos inteligentes. Fue entonces que dijo lo siguiente: 

-Es hermoso. Es como ir viendo cómo cae la tarde y se produce la noche-dijo, como si se hablara a sí mismo-, una noche en medio de la cual se enciende una luz, esa luz que te permite ver todo con absoluta claridad. 

Borges había respondido con toda una poética literaria a una pregunta hasta cierto punto incómoda y logrado deslumbrar, una vez más, a un público que lo observaba desde el lugar de la admiración. Hoy, que han pasado setenta años de la publicación de Ficciones, libro cuyas páginas constituyen el mejor compendio de la imaginación creadora de un hombre de nuestro tiempo, es justo celebrar al maestro bonaerense y a la totalidad de su obra. Se lo merece. 

Por Jorge Valenzuela
8 - oct - 2014

Jorge Valenzuela
08 de octubre del 2014

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