El “antiaprismo” y la invención de Acuña

Sobre la emergencia del candidato apepista

Si hasta hoy las elecciones dejan alguna enseñanza o moraleja, aquella debe ser que el “antiaprismo” es una enfermedad que en determinados momentos  crea o inventa cosas tan extrañas, moviliza encendidas pasiones y junta, como se dice, a perro, pericote y gato, con el único fin de evitar que García y al Apra lleguen al gobierno. César Acuña, el candidato presidencial por Alianza Para el Progreso (APP) no es sino la invención del “antiaprismo” visceral que proviene de toda la izquierda como de un gran sector de la derecha peruana. Veamos.

No hay ninguna novedad que el “antiaprismo” cree fenómenos inexplicables como Acuña. De hecho, como se sabe, el camino del candidato apepista no empieza ayer sino proviene de un largo trajín con rotundas batallas ganadas al aprismo norteño –lo que se denominó “sólido norte”. El camino de Acuña empieza en 1980, curiosamente como militante de Izquierda Unida, pero es en el 2006 cuando su partido y su nombre comienzan a brillar derrotando al Apra en Trujillo, con las lágrimas de García. En el 2014, APP y Acuña consolidan su poder en el norte peruano, arrasando en las elecciones locales. Es decir, mientras Acuña derrotaba al Apra todo iba bien. ¿Dónde estaba la izquierda local y un grueso sector de la derecha norteña? Los primeros apoyando al candidato apepista en su proyecto personal y los segundos silbándole al cielo.

Lo curioso es que recién ahora que Acuña intenta llegar a la presidencia el país conoce el sinuoso pasado del candidato apepista. ¿Cómo es eso posible? ¿Acaso la izquierda local o la derecha, los periodistas y medios norteños no conocían las sombras alrededor de Acuña? ¡Por supuesto! Pero el “antiaprismo” justificaba todo. De allí que por ejemplo, cuando en el 2009, ¡hace siete años! el semanario de filiación aprista llamado “Sólido Norte”, denunció el plagio completo de un libro del profesor Otoniel Alvarado Oyarce, los defensores de Acuña calificaron la acusación como una patraña del aprismo. De allí también que Marisol Espinoza la actual vicepresidenta y candidata congresal apepista descalifica al agraviado profesor Alvarado ¡por ser aprista!

Pero hay más. Cuando el candidato  Acuña saltó a un sorpresivo segundo lugar en las encuestas, la izquierda entera vio con buenos ojos la emergencia de Acuña en la escena nacional. Como es casi imposible derrotar el 35% del fujimorismo, Acuña servía como un muro de contención para evitar que García y Keiko se encuentren en segunda vuelta. Desde la izquierda, sus periodistas y medios levantaron a Acuña regalándole titulares. La inteligentzia zurda ensayó incluso sociologías para explicar el ascenso de la informalidad política y un posible apoyo intelectual a Acuña. Para un sector de la derecha, Acuña no era desagradable porque aunque con sus sombras detenía el avance de García.

Ni las investigaciones o acusaciones de violencia familiar, uso indebido de recursos públicos o de lavado de activos sirvieron para que Acuña retroceda. Todo se justificaba. Solo las denuncias de plagios comprobados han servido para que la izquierda y un sector de la derecha se desliguen tibiamente del candidato de la “plata como cancha”.

En el siglo pasado, el partido principal no fue el APRA sino el “antiaprismo”. De allí que tirios y troyanos justificaran alianzas extrañas. Quizá la herencia colonial más terrible es el profundo abismo en la geografía de la política. En el Perú por fortuna hay lugar para el diálogo. El “antiaprismo” de una izquierda marchita y un sector de la derecha creó a un candidato que compra -literlamente- los votos.

Iván Arenas