Raúl Mendoza Cánepa

El amor escrito en poesía

El amor escrito en poesía
Raúl Mendoza Cánepa
05 de diciembre del 2016

A propósito del poemario Raudales de silencio de Marco Antonio Corcuera  

Hace unos días me tocó presentar Raudales de silencio (Fundación Marco Antonio Corcuera), letras de vieja data del gran Marco Antonio Corcuera. Sus poemas están invadidos de ternura y de un alma de sosegado platonismo. El amor es la sustancia de donde proviene la tinta y el pálpito del poeta. Pero el amor no es siempre la geometría de la perfección feliz. Pensemos en Teseo y Ariadna, Perseo y Andrómeda, Jasón y Medea, Orfeo y Eurídice, Calixto y Melibea, Romeo y Julieta. En el mito y en la realidad, el amor trajina por cumbres escabrosas y peligrosos llanos. El amor puede ser también desazón y desconcierto. Corcuera nos remonta, sin proponérselo, a los amores turbados de Garcilaso, que se tuerce escribiendo: “por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero".

El poeta nos transporta a los pliegos anegados de un Lope enamorado que traza en tinta: “Creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño: esto es amor; quien lo probó lo sabe". Pedro Salinas, de la generación del 27, quebraba la voz cuando recitaba interpelándonos: “¿Serás, amor, un largo adiós que nunca acaba?”.

Corcuera bebe de la tradición de la poética amorosa clásica y la transmite con voz propia. En “Ojos azules”, de 1935, nos dice: “Ojos de ángel bendecido / que rememoráis las penas /ojos dulces de sirenas / ¡Cuánto por vos he sufrido! / pues, las flechas de cupido / de tus miradas helenas / han herídome en las venas / y el dolor mi pecho agita / pero así mismo se quita / ¡Ojos dulces de sirenas!”.

Corcuera le tributa a la poesía amorosa con la sensibilidad de Cernuda y sondeando en aquellos versos de Valéry que definen al amor como una “umbría y honda rosa, fragante gruta en sombra”. Valéry lo escribirá cargado del pesimismo de un frustrado amor tardío. Pero Corcuera tenía entonces el mundo por delante y escribía: “Ojos que expresáis suspiros / con su tibio palpitar / ojos de cielo y mar / solo me atrevo a pediros / que no cambiéis más los giros / de las niñas de tu altar”.

Ese resplandor es tangible en el poema “Te vieron mis ojos”, poema con metáforas precisas: “Te vieron mis ojos / muy blanca y muy tersa / igual a los lirios / que crecen ligeros / mezclados de verde / bajo el aguacero / en la orilla nívea / de un lago bordado / de cisnes viajeros…”. Ineludible imaginar a Dante observando a la distancia a su inalcanzable Beatrice Portinari, idealizándola en la Divina Comedia en las vastas llanuras celestiales.

En “Musitación” nos dice: “Te vi. Pasaste sin voltear siquiera / Un saludo brotó de mi alma pura / presintiendo que quizás a tu ternura / habría de llegar, cual la quimera (…) Me contestaste, sí, a la ligera / No puedo yo decir si en forma dura / pero ¿qué más espero de la hermosura? / y dije yo entre mí: ¡Si conociera…!”.

El poeta se guarece, atisba tras las frondas: “Con qué ansiedad tan grande mi alma espera / un pequeño reflejo de dulzura / ¡Oh! Angelical, divina criatura..! / (Si supiera mi amor, si lo supiera…)”. En la estrofa final está la imploración divina: “¡Cómo hicieras, Señor, que ella me quiera!”

La poesía, decía Lorca, une las palabras, palabras que jamás se pensó que podrían juntarse. Y al hacerlo forman el misterio de la poesía, que es también la mejor manera de hablar sobre el amor, de comprenderlo, de sentirlo desde el propio poeta. Octavio Paz decía que cada lector busca algo propio en un poema. Y no es insólito que al final lo encuentre pues… ya lo llevaba dentro. En el libro cada quien se descubrirá en el espejo intacto de su propia alma, como en aquel reflejo de un lago quieto que permite reconocer por vez primera nuestros propios rostros.

La función del poeta es excavar dentro de lo que somos, debajo de la piel, para mostrarnos ese interior que ignoramos, pero que nos iguala. Esa es la sensación que produce Raudales de silencio, un libro que redescubre con estupor y goce, la medida exacta de nuestra propia humanidad.

 

Raúl Mendoza Cánepa

 
Raúl Mendoza Cánepa
05 de diciembre del 2016

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