Darío Enríquez

El amor en los tiempos de PPK

El amor en los tiempos de PPK
Darío Enríquez
30 de noviembre del 2016

La seguridad nacional en grave riesgo

Constatar que la defensa nacional del Perú estuvo en manos de un ministro que no pudo tener mejor idea que agasajar a su pareja sentimental —alternativa a su vida familiar— con un puesto dorado en la burocracia estatal, es en verdad mucho más que una noticia curiosa o anecdótica. Es algo que pone en cuestión los aspectos más elementales en la operatividad del Poder Ejecutivo y menoscaba la confianza ciudadana que se otorgó al gobierno hace apenas cuatro meses.

En primer lugar, llama la atención que no sea posible convocar a gente profesional que no tenga tantos problemas que resolver en su vida personal. Una vez más la falacia de las cuerdas separadas entre la vida política y la esfera privada se estrella ruidosa y escandalosamente con la realidad: no podemos seguir cayendo en la ingenuidad de suponer que no importa lo complicado que sea el discurrir privado de un funcionario público, igual puede hacer bien su trabajo. Esto es inaceptable. Hasta tuvimos un presidente como Alejandro Toledo que puso varias veces nuestra institucionalidad precaria y frágil al borde del colapso, como consecuencia de una vida privada disipada, desordenada y disoluta. No pretendemos tener políticos candidatos a un monasterio de clausura o a una futura beatificación, pero sí al menos gente que tenga bajo control lo más elemental de su vida privada.

En segundo lugar, una posición más que crítica como la defensa nacional no puede confiarse a alguien como el ministro Mariano González, quien mantiene flancos débiles tan evidentes en su vida personal. Esto puede significar fisuras potenciales en la seguridad nacional, con personas ajenas que logren acceso a información confidencial y secreta a través de su inserción en el entorno íntimo nada menos que del mismísimo ministro. Es una vulnerabilidad personal inaceptable en temas tan delicados. Que todo se haya hecho público a partir de información recogida en un seguimiento efectuado por agentes de inteligencia nacional y entregada a los medios de comunicación fuera de los cauces formales solo agrega confusión, drama y perplejidad al escándalo.

En tercer lugar, se ha hecho habitual que los políticos oficialistas en todos los gobiernos hagan y deshagan ofreciendo puestos de favor o facilitando trámites frente al Estado, sin pasar por proceso formal preestablecido para ello. Es un campo fértil a la extorsión, al “intercambio” de favores, al acoso sexual, a la sujeción política, al tráfico de influencias y a la corrupción. Debemos poner alto a estas funestas prácticas que corrompen, envilecen y banalizan la función pública. Hay impunidad. Nunca hubo una merecida sanción ejemplar contra Javier Alva Orlandini en el Tribunal Constitucional, Fernando Tuesta en la ONPE o Raúl Diez Canseco en la vicepresidencia, solo para citar tres de los casos más sonados de “errores por amor”. Tan pronto como sea posible debemos exigir el cumplimiento de las normas y reglamentos vigentes para la profesionalización de la función pública, además de reducir a cero las malhadadas contrataciones de “personal de confianza” o la intervención grosera del poder en trámites en los que, fuera del encuadre legal, se beneficia a unos en perjuicio de otros.

Finalmente, llama demasiado la atención que un gobierno como el de PPK, que ha asumido el control del poder ejecutivo hace apenas 120 días, dé muestras de un deterioro y un desgaste prematuro que lo coloca con un perfil más cercano a un gobierno que termina que al de uno que recién inicia. Todo esto nos revela un grave descontrol al interior del gobierno, una ausencia de liderazgo y de ideas fuerza fundamentales que nos hace temer la pérdida de lo poco que habíamos ganado con el cambio de gobierno y el consiguiente alivio de dejar atrás el peor (des)gobierno del último cuarto de siglo: el del insípido Ollanta Humala y la ambición sin talento de Nadine Heredia, hoy fugitiva y protegida por una mafia supranacional con operadores eficaces al interior de organismos internacionales como la FAO.

 

Por Darío Enríquez

 
Darío Enríquez
30 de noviembre del 2016

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