Carlos Adrianzén

El accidentado 2018

Estamos retrocediendo en política económica

El accidentado 2018
Carlos Adrianzén
30 de enero del 2018

 

De cuando en cuando llega uno de esos años. Esos que deberían ser muy aburridos o predecibles, pero para nada lo son. Ya inmersos en los inicios de este periodo —y dadas sus inercias— la evolución de la plaza luce previsiblemente accidentada. Es cierto, si uno compara fríamente indicadores de crecimiento económico, riesgo-país, inflación o tasas de déficits fiscales y externos (con otras plazas sudamericanas), el Perú está entre los que destacan.

Los detalles e inquietudes emergen cuando analizamos la evolución de la plaza en el tiempo y las contraponemos con el accionar económico de una gestión paralizada, si no acaso agonizante. En pocas palabras, por más que deseemos desesperadamente recibir buenas noticias económicas, las estadísticas solo contrastan un manejo monetario parcialmente responsable. Hemos sido capaces de cerrar el año con una inflación cercana a la meta (1.4%), pero estamos envueltos en las contradicciones de un manejo cambiario tan torpe como rígido.

Y digo torpe porque la idea de mantener un tipo de cambio nominalmente controlado —o administrado, que es la palabra bonita usada en estos tiempos— cuando los términos de intercambio mejoran, no luce como una opción muy lúcida. El mercado —cuando no distorsionado— arroja mucho más aporte a la competitividad de la plaza que en buen tino de algún grupito iluminado. Otra vez volvemos a perder tiempo haciendo lo más fácil.

En términos de crecimiento económico, por más que muchos proyectan un crecimiento por encima de 4% este año, la inercia contrasta sostenidamente con los ritmos de crecimiento anualizado en derrumbe para variables como el PBI, la demanda interna, la producción no primaria y la importación de maquinarias y equipos, en tasas del 2.5%, 1.0%, 2.2% y 0.0% (en la última fecha publicada, noviembre del 2017). Y nótese que no destaco cuanto menos (unos 19 puntos porcentuales) está creciendo anualizadamente la minería metálica, en comparación a su rebote de mediados del 2016).

Llegados a esta situación vale reconocer que los afanes algo desesperados de inyectar más gasto público a como dé lugar (nótese que solo el Gobierno central aumentó su flujo de gasto en cerca de US$ 5,086 millones) probaron ser muy poco efectivos. En medio de este enésimo fracaso de la receta keynesiana estremece pensar en que —a pesar de que el déficit fiscal anualizado a noviembre pasado ya supera los US$ 7.9 millones— a alguien desde el MEF se le ocurriera firmar los billonarios cheques del oscurísimo proyecto del gaseoducto sur peruano… y a nombre de esta desesperada quimera reactivadora por el lado burocrático.

Esta falta de visión y de brújula, hace al Gobierno incapaz de aplicar reformas de mercado, pero susceptible a embarcarse en cualquier opción accidentada a lo Chinchero, lo que resulta un reflejo directo del lado político. Y es que gracias a los sucesivos escándalos de corrupción burocrática, la fallida vacancia de PPK y el indulto a Fujimori, la izquierda limeña ha llegado a detentar actualmente una cuota de poder que fue incapaz de ganar en las urnas. Como advertimos hace algunas columnas montoneras atrás, lo peor del debilitamiento (justificado) de la imagen del presidente ha sido… el debilitamiento del presidente.

Todos parecen hacer lo que quieren con un régimen débil y desconcertado que, además, solo parece aspirar a flotar. Y esta batahola es justamente lo que un sector político contestatario —como nuestra caviarísima izquierda— necesita para acercarse al poder. Menos crecimiento (gracias a una receta que no funciona), combinado con un poco de aversión al riesgo (en medio de escándalos de corrupción que no dejan de aparecer), los coloca como fuente contestataria. Nótese que ellos detentan en la región el rol de catones profesionales. Sus rivales, con sombras de corrupción o genocidio, son destrozados mediáticamente. Sus ladrones y genocidas, en cambio, son apropiadamente ignorados.

Este control de la agenda política les da mucho poder. Y si algo caracteriza a la izquierda latinoamericana es su afán de nuevo rico. Me explico: necesitan sus vínculos con los mercaderes (contrastados en iniciativas de corte mercantilista) para hacerse ricos. No resulta casualidad que en el Congreso y en los medios, optar por una solución basada en el mercado libre, sea ya algo casi escandaloso. Tampoco es casual que se hable de prohibiciones de importación, más obras públicas, más controles, las iniciativas de mayor gasto estatal, etc. Mientras nadie habla de los chequecitos pendientes de firma por el gaseoducto.

En este ambiente la lógica inoperancia de la burocracia peruana ante la llamada Reconstrucción con Cambios, combinada con las elecciones regionales de fines de año, no ayuda mucho a dibujar escenario inmediato ajeno a accidentes. Con accidentes políticos, burocráticos o legales de diversos tipos.

Este resultará un año incierto, repiten muchos analistas. Pero la incertidumbre en una plaza emergente no es algo que me preocupe particularmente. Me preocupan las certidumbres. Que estemos retrocediendo sostenida y silentemente en materia de política económica y que el grueso de nuestra clase política y empresarial no haga gala de apego defendiendo lo que hay que defender, antes de que resulte demasiado tarde.

Si alguno no se acuerda de los aciagos días de la dictadura militar de 1968, de la alianza Apra-Izquierda Unida o de los retrocesos toledistas-humalistas, que le pregunten a los cientos de hermanos venezolanos que han llegado al Perú escapando de las mismas ideas que nosotros estamos dejando llegar al poder (sin ganar ni media elección). No culpemos a los estratos C, D y E. Son los A y B los que no dan la talla.

 

Carlos Adrianzén
30 de enero del 2018

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