Victor Robles Sosa

Eguiguren en su laberinto rojo

Eguiguren en su laberinto rojo
Victor Robles Sosa
23 de junio del 2015

Sobre su insólita pero comprensible voluntad de diálogo con el terrorismo.                          

El ex ministro de Justicia Francisco Eguiguren, recién elegido miembro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), a propuesta del gobierno nacionalista y con el aval de las ONG de izquierda, acaba de estrenar su cargo afirmando que la decisión principista de la mayoría de las naciones del mundo de no dialogar con el terrorismo es solouna frase para la tribuna.

Triste estreno de un funcionario internacional que, se supone, defiende los derechos humanos que el terrorismo repudia a diario con sus actos de barbarie. Y lamentable que un ex ministro de gobierno y hombre de confianza de la pareja presidencial le sugiera al mundo que es correcto entablar diálogos con el terrorismo.

Si partimos del hecho objetivo de que todo diálogo entre un estado y un grupo armado se establece con el fin de llegar a un acuerdo que ponga fin a la confrontación, y que todo acuerdo implica que ambas partes hagan concesiones, entonces lo que propone el Eguiguren es que el Estado peruano le haga concesiones políticas al terrorismo. Una locura.

¿Cómo explicar tan audaz propuesta? El mismo Eguiguren nos aproxima a la respuesta cuando proclama con todo orgullo, en la misma entrevista, que el punto de partida de su opinión polémica es su pensamiento político de izquierda. He ahí el detalle.

Es la ideología entonces la que conduce su acción, no el Derecho. Pero nadie podría acusarlo de incoherencia política, pues simplemente ha propuesto continuar lo que su grupo de camaradas hizo el año 2000, cuando sostuvieron largos diálogos con Abimael Guzmán y Elena Iparraguirre, en secreto y a espaldas del presidente interino Valentín Paniagua, quien nunca autorizó esos encuentros extraños.

Al verse descubiertos, aquella vez juraron que no habían hecho ninguna concesión. Sin embargo, durante y después de esas reuniones, se ablandó el régimen penitenciario de los terroristas, Abimael Guzmán disfrutó de visitas sin locutorio, correspondencia libre, diarios, revistas, radio, oficina; se anularon las condenas a los terroristas, se eliminó la cadena perpetua, se cerraron los penales de Yanamayo y Challapalca (hoy reabiertos), se gestó la CVR y, a partir de esta, se desató la persecución judicial contra los militares acusados por Sendero. Una gran casualidad, dirían algunos.

Pero en el caso probable de que sí hubo negociación, ¿qué concesión les hizo Guzmán a sus interlocutores Javier Ciurlizza y Diego García Sayán en favor de la democracia? NINGUNA. Sencillamente porque el 2000 Sendero ya estaba aplastado y no representaba una amenaza.

¿Esa clase de diálogo propone Eguiguren, en la que el único que gana es el terrorismo? ¿Qué estaría dispuesto el ilustre miembro de la CIDH a concederle a los terroristas? ¿La libertad de Guzmán? ¿Meter a la cárcel a más militares que combatieron a Sendero?

Pero su pensamiento nos revela sobre todo que la izquierda se ha congelado y que en el fondo sigue pensando, como en los 80, que los asesinos de SL son “compañeros equivocados que libraron una guerra popular” y que el verdadero enemigo son “las fuerzas represivas del estado burgués”.

Esas mismas anteojeras ideológicas también explican por qué cree que los comandos de la operación Chavin de Huantar asesinaron a terroristas en el rescate de los rehenes del MRTA; y por qué no hizo nada por defenderlos ante la Corte IDH cuando fue ministro de Justicia.

Es lamentable que un hombre con un pensamiento tan retrógrado haya llegado a la CIDH en representación del Perú. Estamos advertidos: nada bueno debemos esperar de Eguiguren en ese organismo, sino todo lo contrario. “Gracias” al presidente Humala y a la señora Heredia.

Por Víctor Robles Sosa

23 – Jun – 2015

Victor Robles Sosa
23 de junio del 2015

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